
La torre de la iglesia se viste de fiesta: una bandera blanca ondea anunciando a toda la comunidad que esta familia parroquial ha recibido el regalo de un nuevo sacerdote. En el centro, brilla el anagrama mariano, símbolo de consagración y maternidad.
La iglesia se encuentra abarrotada. Feligreses emocionados se unen a los miembros de la familia del nuevo sacerdote, D. Juan Pablo; amigos, religiosos y sacerdotes que le han acompañado su camino están con él también en este día tan especial. Concelebran la Eucaristía un gran número de presbíteros: párroco y vicarios, formadores del seminario, compañeros recién ordenados y sacerdotes del pueblo. También asisten diáconos, acólitos y todos los monaguillos de la parroquia. Para la ocasión, tres coros parroquiales se unen en un solo canto solemne, elevando aún más la belleza del momento.
Don Juan Pablo viste una casulla de guitarra confeccionada por las hermanas del monasterio Regina Mundi de Galicia, personalizada para esta celebración. Su familia tiene un papel destacado: sus hermanas proclaman las lecturas.
“Dad gracias al Señor porque es bueno”
Con estas palabras del salmo 105, D. José Carlos, párroco de Sonseca, abre la celebración. “Damos gracias a Dios porque ha sido y sigue siendo bueno con Juan Pablo, llamándole por su nombre; con su familia, bendiciéndola con un sacerdote; con la parroquia, regalándole un hijo.” En su introducción, eleva una súplica confiada a Nuestra Señora de los Remedios para que acompañe y cuide siempre a Juan Pablo. Pide por nuevas vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y al matrimonio cristiano. Y encomienda al nuevo presbítero a la intercesión del beato Fray Gabriel de la Magdalena y D. Martín, para que guíen su camino sacerdotal.
Eucaristía: banquete, comunión y sacrificio
- Juan Pablo ha elegido para su Misa de acción de gracias la Misa votiva de la Eucaristía porque un sacerdote no tiene sentido sin la eucaristía. En su homilía, recuerda la triple dimensión de este misterio que es banquete en el que Cristo se entrega y sacia plenamente al hombre; comunión que transforma, porque no hacemos a Cristo parte de nosotros, sino que Él nos incorpora a su vida; y sacrificio, en el que Cristo es la víctima que muere en expiación por nuestros pecados en acción de gracias al Padre.
Y nos recordaba que nuestra actitud en la misa debe ser la de María y San Juan en el Calvario, como decía el Padre Pío.
Para él mismo y para los demás, reflexionaba acerca de que el sacerdote es alter Christus, otro Cristo, o mejor, Cristo de nuevo porque no hay otro. En realidad, el sacerdote es el mismo Cristo, ipse Christus.
- Juan Pablo termina su homilía agradeciendo a su familia, especialmente a su madre y sus hermanas, el ser siempre su apoyo más firme, y a su abuela, quien le confeccionó el alba con el que fue ordenado diácono y que también viste en esta misa. También nombra con gratitud a los formadores del seminario menor y mayor, y a los párrocos de Sonseca que han guiado su camino vocacional desde los doce años.
Tras la comunión el coro entona el canto “Gracias, Señor, por tus misericordias” que nos sumerge en un momento de profunda oración uniéndonos a la acción de gracias de D. Juan Pablo.
Las manos del misterio
Al finalizar la misa, D. Juan Félix Gallego, antiguo rector del seminario menor, dirige unas palabras para explicar el gesto del besamanos, tradición profundamente simbólica en la primera misa de un sacerdote. Es un acto sencillo, un beso, gesto universal de afecto, de cercanía, pero a la vez es un gesto especial porque las manos de Juan Pablo fueron ungidas con el santo crisma el día de su ordenación sacerdotal y son por ello portadoras del misterio.
Las manos del sacerdote hacen visible al Invisible, al que nos enseña, nos santifica, nos guía al cielo. Prolongan el paso de Cristo, que sigue haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el pecado, de la misma forma que lo hacían los apóstoles. Por eso besamos sus manos, porque son prolongación del amor de Cristo.
Sus pequeñas manos hacen posible el sacrificio de la Misa, el perdón de los pecados. Con este beso reconocemos por la fe el misterio que se ha producido en él.
Presbítero significa “anciano”. La sabiduría de un sacerdote no viene de sus años y su experiencia sino de que en un joven se hace presente la sabiduría de Cristo, que lleva lo más grande en vasijas de barro.
Por ello, nosotros con este gesto asumimos y manifestamos a Juan Pablo el compromiso de orar por él que ha sido ungido, por todos los sacerdotes, y por nuevas vocaciones. La oración del pueblo sostiene a sus pastores en la fidelidad, en su camino de santificación y en el cumplimiento abnegado y fiel de su ministerio.
“Que San Juan Pablo II sea para ti modelo y te guíe en tu camino sacerdotal. Que tu ministerio sea largo y fecundo en frutos de vida eterna.”
Antes de iniciar este rito, D. Juan Pablo entrega a su madre el alter Christus, el paño con el que fue retirado el santo crisma de sus manos tras la unción. “Un día ella se presentará ante Dios con la ofrenda de su hijo”, explica D. Juan Félix.
Celebración festiva en comunidad
Tras el largo besamanos que se prolonga en un ambiente de emoción y gratitud, la comunidad parroquial comparte con D. Juan Pablo un momento festivo de fraternidad, en el que se le entregan los regalos de la parroquia (un relicario y un maletín para celebrar la misa de campaña) y del grupo de jóvenes.
Los sacerdotes y seminaristas presentes entonan el canto Tu es sacerdos in aeternum.
Texto. Marta
Fotos: Salva Peces de S.
Canción
Gracias, Señor, por tus misericordias
https://www.youtube.com/watch?v=pYaHQsNEbPI&list=RDpYaHQsNEbPI&start_radio=1
“Gracias Señor, por tus misericordias
que me cercan en número mayor
que las arenas de los anchos mares
y que los rayos de la luz del sol.
Porque yo no existía y me creaste,
porque me amaste sin amarte yo,
porque antes de nacer me redimiste,
¡Gracias, Señor!
Porque bastaba para redimirme un suspiro
una lágrima de amor,
y me quisiste dar toda tu Sangre.
¡Gracias, Señor!
Porque me diste a tu Bendita Madre
y te dejaste abrir el Corazón
para que en él hiciese yo mi nido.
¡Gracias, Señor!
Porque yo te dejé y Tú me buscaste
porque yo desprecié tu dulce voz
y tu no despreciaste mis miserias.
¡Gracias, Señor!
Porque arrojaste todos mis pecados
en el profundo abismo de tu amor
y no te quedó de ellos ni el recuerdo…
¡Gracias, Señor!
Por todas estas cosas y por tantas
que sólo conocemos nada más Tú y yo
y no pueden decirse con palabras…
¡Gracias, Señor!
¿Qué te daré por tanto beneficios?
¿Cómo podré pagarte tanto amor?
Nada tengo, Señor, y nada puedo,
mas quisiera desde hoy
que cada instante de mi pobre vida,
cada latido de mi corazón,
cada palabra,
cada pensamiento,
cada paso que doy
sea como un clamor que te repita
lleno de inmensa gratitud y amor
gracias, Señor, por tus misericordias
¡Gracias, gracias, Señor!”