
ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: MARAVILLAS DE LA MISA
La misa.
La cena del Señor. La misa cósmica.
Ofrecimiento con Jesús. Los ángeles en la misa. El cielo en la tierra.
La misa según algunos santos. 1.- Santa Catalina de Siena.
2.- San Juan de Sahagún.
3.- Beata Ana Catalina Emmerick. 4.- Santo cura de Ars.
5.- Santa Faustina Kowalska. 6.- Marie Julie Jahenny.
7.- S. Josemaría Escrivá de Balaguer. 8.- S. Juan Pablo II.
9.- Catalina Rivas.
10.- S. Pío de Pietrelcina. 11.- El Padre Reus.
- La S. Trinidad.
- Memorial del sacrificio de Jesús.
- Jesús, celebrante principal.
- La Virgen María.
- La Sagrada Familia.
- Los santos.
- El ángel custodio.
- Los ángeles.
- La bendición final.
- El purgatorio.
Anotaciones.
SEGUNDA PARTE: DIGNIDAD SACERDOTAL
El sacerdote. Liberación.
¿Promotor social?
En camino a la santidad. La bendición sacerdotal. Grandeza del sacerdote. Oración al laico.
Dignidad del sacerdote.
- S. Francisco de Asís.
- S. Manuel González García.
- S. Juan María Vianney.
- Padre Reus.
Sacerdotes ejemplares. Padre Giovanni Salerno.
Cardenal Kazimierz Swiatek.
Monseñor Kazimierz Majdanski. Padre Ciszek.
Padre Pietro Alagiani. Nguyen Van Thuan.
CONCLUSIÓN BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
En este libro deseo poner de manifestó la grandeza de la misa y la gran dignidad del sacerdote que celebra. No hay dignidad más grande en este mundo que la del sacerdote y ni siquiera los ángeles lo ganan en dignidad. No hay acción más eficaz y fructífera en esta tierra que la celebración de la misa. Por eso es tan importante que los sacerdotes sean conscientes de su gran dignidad y de la gran responsabilidad que tienen entre manos al celebrar la misa. No se puede celebrar por rutina, como algo más de cada día o como una especie de trabajo que hay que terminar cuanto antes para tener tiempo para otras cosas. Y por supuesto lo que no puede admitirse es celebrar la misa en pecado mortal.
Si los sacerdotes son santos, el mundo será santo, pero si los sacerdotes son mediocres y celebran la misa sin ser conscientes de lo que realmente celebran…, entonces ¿qué puede esperarse de un mundo sin las suficientes gracias y bendiciones que debía recibir por medio de los sacerdotes?
Muchos santos han tenido vivencias y visiones sobre las maravillas de la misa. Jesús ha manifestado a lo largo de los siglos su presencia real en la Eucaristía por medio de prodigios grandiosos como el milagro de Lanciano en el siglo VIII o por medio de convertidos por medio de la Eucaristía como André Frossard. Además, todos los santos sin excepción han creído en este misterio. Por eso, pidamos la fe que necesitamos para nunca dudar de la presencia de Jesús en la Eucaristía y para que los sacerdotes celebren la misa con fe y amor para gloria de Dios, bien de las almas y salvación del mundo entero.
PRIMERA PARTE MARAVILLAS DE LA MISA
LA MISA
La misa es una acción que tributa a Dios el más grande honor que puede tributársele; es la obra que más abate las fuerzas del infierno; la que más apacigua la encendida cólera de Dios contra los pecadores y la que procura a los hombres en la tierra, el mayor cúmulo de bienes (S. Alfonso Ma. de Ligorio). Todas las buenas obras, tomadas juntas, no pueden tener el valor de una santa misa, porque aquéllas son obras de los hombres, mientras que la misa es obra de Dios (Cura de Ars). Por tanto, hay que confesar que el hombre no puede hacer obra más santa que celebrar una misa (Trento ss 22).
La misa es el acto más sagrado. No se puede hacer otra cosa mejor para glorificar a Dios ni para mayor provecho del alma, que asistir a la misa tan a menudo como sea posible (S. Pedro Eymard). Sin la santa misa, ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos, ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente, la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido y sin remedio (Sta. Teresa de Jesús). Yo creo que, si no existiera la misa, el mundo ya se hubiera hundido en el abismo, por el peso de su iniquidad. La misa es el soporte que lo sostiene (S. Leonardo de Puerto Mauricio). Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol que sin la misa (P. Pío de Pietrelcina).
¡Vale tanto la misa! Un santo obispo decía: ¡Qué gozo siente mi alma al celebrar la misa! Por muy ofendido, despreciado, blasfemado e injustamente, tratado que sea Dios de parte de muchos hombres… tengo la dicha de dar a Dios infinitamente más gloria que ofensas puede recibir de los pecados de los hombres.
¿Nos explicamos ahora, por qué no se ha roto en mil pedazos al golpe de la ira divina esta tierra pecadora? ¿Nos explicamos por qué hay sol en los días y luna en las noches y lluvias en el tiempo oportuno y comunicación de Dios con los hijos de los hombres? HAY MISAS EN LA TIERRA. En todos los minutos del día y de la noche se está repitiendo a lo largo del mundo: Por Cristo, con Él y en Él… todo honor y toda gloria. (San Manuel González).
Si supiéramos el valor de una misa, nos esforzaríamos más por asistir a ella (Cura de Ars). Uno obtiene más mérito asistiendo a un misa con devoción que, repartiendo todos sus bienes a los pobres o viajando por todo el mundo en peregrinación (S. Bernardo). Si comprendiésemos el valor de una misa, andaríamos hasta el fin del mundo para asistir a ella (Sta. Magdalena Postel). Por eso, el ángel de la guarda se siente muy feliz cuando acompaña a un alma a la santa misa (Cura de Ars).
Así piensan los santos ¿y tú? ¿Crees todo esto? La misa es la Suma de la Encarnación y de la Redención. Es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra todos los días en la tierra. La misa es el acto que mayor gloria y honor puede dar a Dios. Todos los actos de amor de todos los hombres que han existido, existen y existirán, no son nada en su comparación. Porque la misa es la misa de Jesús y, según Sto. Tomás de Aquino, vale tanto como la muerte de Jesús en el Calvario, ya que la misa es la renovación y actualización del sacrificio de la cruz.
Supongamos que hubieran tenido estudios de cine y TV en aquellos tiempos de Jesús y hubieran filmado su pasión, muerte y resurrección. ¡Qué emoción sería para nosotros ahora poder contemplar con nuestros ojos lo que sucedió hace dos mil años y poder ver a Jesús resucitado! Pues bien, la misa es algo más que una película, por muy bonita que sea, es un memorial, es decir, es la misma realidad actual de lo que ocurrió hace muchos años, es hacer realidad aquí y ahora lo que sucedió entonces. Esta realidad es expresada de otra manera, de modo sacramental, sin derramamiento de sangre. También decimos que la misa es el memorial de la Pascua de Cristo, el memorial de la Redención o de su Pasión, muerte y resurrección. En una palabra, diríamos que es el memorial de su infinito amor, pues en cada misa el amor infinito y eterno de Jesús se hace real y palpable y se sigue ofreciendo por nuestra salvación aquí y ahora. Este amor de Jesús se hace presente al entregarse a cada uno en la comunión y al encarnarse de nuevo entre nosotros, como en una nueva Navidad, en el momento de la consagración.
La consagración es el corazón de la misa, sin ella no habría adoración ni sagrarios ni comunión. Por eso, cuando en otros tiempos no se acostumbraba a comulgar todos los días, los fieles estaban bien atentos y miraban a la hostia en la elevación, con deseos de comulgar, para hacer así una comunión espiritual.
Cuando tú asistas a la misa, procura estar atento a este momento cumbre del gran prodigio de amor. Toda la misa converge en este momento sublime, en que todo un Dios se acerca a nosotros como en una nueva Navidad. Para este momento supremo viven todos los sacerdotes, para esto se celebra la misa. Sin la consagración, la misa no sería misa. Vive conscientemente este gran acontecimiento y agradece a Dios por este gran milagro que sucede cada día. Piensa en lo que sucede: unas breves palabras pronunciadas sobre la hostia y, en el mismo instante, esta hostia viene a contener un tesoro mayor que todos los tesoros de la tierra.
Dice S. Agustín: Recítanse las preces para que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Suprimidas las palabras no hay más que pan y vino. Lo repito, antes de pronunciar las palabras (de la consagración) sólo hay
pan y vino; al pronunciarlas se convierten en el sacramento (Sermón 6,3). El autor de esto es el Espíritu Santo, que también lo es de la ordenación sacerdotal. Lo que Cristo realizó sobre el altar de la cruz y que, precedentemente estableció como sacramento en el Cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. El sacerdote se halla como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la última Cena (Juan Pablo II, Don y Misterio 8). ¡Qué admirable misterio!
¡Oh, si pudiésemos ver lo invisible del mundo espiritual!
Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿Por qué, si Cristo murió una sola vez, podemos celebrar diariamente el sacrificio eucarístico? Cristo es sacerdote eterno y se ofrece sin cesar al Padre, su voluntad no cambia. Sigue entregando en cada momento su cuerpo (persona) y su sangre (su vida) como ofrenda permanente que hizo de una vez para siempre. Por eso, el sacrificio de la cruz es propiamente el único sacrificio de Cristo, que sigue vivo y actual. La misa, como el sacrificio de Cristo, tiene valor infinito.
Para comprenderlo mejor esto, veamos el ejemplo del sol. Decimos que el sol sale todos los días, pero el sol no sale, está ahí, es la tierra la que va a su encuentro y se hace presente a él. Eso mismo pasa con la misa. La misa no comienza, no sale, está ahí, es la misa permanente de Jesús. Es el sacerdote que celebra la misa el que va a su encuentro y se hace presente en la misa de Jesús; y ambos se unen en la misa y única misa de Jesús y se ofrecen juntos.
LA CENA DEL SEÑOR
Un aspecto importante de la misa es que Jesús la instituyó en el marco de una cena familiar para indicar así que todos formamos una sola gran familia en El. El pan es uno, somos muchos, pero un solo cuerpo, porque todos participamos del único pan (1 Co 10,17). Y S. Gregorio Magno afirma: Todos estamos incorporados al mismo y único Cuerpo de Cristo. Por eso, el valor de la misa desborda el círculo de participantes a la celebración y se extiende a todos los hombres de todos los tiempos. Desde el primer hombre hasta el último, desde la primera partícula creada hasta la última, desde este lugar en que me encuentro hasta el más remoto lugar del universo. Es una misa cósmica y universal.
En cada misa y comunión unimos nuestras vidas y nuestros destinos con Cristo y con todos los hombres, que son también nuestros hermanos. Precisamente, cuando Cristo celebró la última Cena, les partió un único pan y les dio a beber de un único cáliz para significar que todos estaban unidos en el mismo destino y en la misma ofrenda. Lo mismo ocurre ahora al participar todos del mismo banquete pascual del amor, llegando a ser por la comunión cuerpo de Cristo y sangre de
Cristo. Por eso, asistir a la misa y no comulgar es como asistir a un banquete y no querer comer.
Jesús es el anfitrión que nos invita a su mesa. Él está sentado a la mesa con nosotros, como un amigo. La Eucaristía es una fiesta de familia, donde todos comemos juntos como hermanos, sin exclusivismos ni marginaciones, y donde se crean lazos de amistad. Por eso, la Eucaristía es fuente de solidaridad y fraternidad. Jesús quiso que todos los hijos del Padre estuvieran sentados a la misma mesa, judíos y no judíos, amos y esclavos, hombres y mujeres… Eso significa que hay que superar las diferencias raciales, sociales, culturales o nacionales para unirnos en la misma mesa y crear unidad. En los primeros tiempos, hasta ponían todos sus bienes en común (Cf Hech 2,44; 4,34). Y se llamaban hermanos (Hech 6,3; 11,1.29; 15,32).
La misa es una fiesta familiar con Cristo y los hermanos. Vayamos bien vestidos a esta fiesta con Jesús, con la mayor limpieza posible de cuerpo y alma. Nuestro Padre Dios nos espera, al menos todos los domingos. Sobre todo, vayamos con el alma limpia de pecados graves, porque en caso contrario sería para nuestra propia condenación.
Si en cada misa repartieran mil dólares, seguramente que se llenarían las iglesias y no habría sitios vacíos, pero no creemos que las bendiciones que recibimos valen muchísimo más, inmensamente más, que todos los dólares del mundo. Si no vemos, no creemos, porque nos falta fe. Y nos pasa como a los habitantes de Nazaret, que no recibían milagros de Jesús, por su falta de fe. Tú, cuando vayas a misa, no vayas como si fueras a la playa o al mercado o a un espectáculo público. Se debe notar hasta en tu porte exterior.
¡Qué grande es la misa y la comunión! Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Y sigue repitiéndose el milagro de la Encarnación. Y Jesús se hace el Emmanuel, el Dios con nosotros, y se queda para siempre entre nosotros. Y sigue celebrando su cena de amistad todos los días con nosotros.
Por eso, podemos decir de verdad que la misa, además de ser el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, es también el memorial de la Navidad, ya que se actualiza aquí y ahora el nacimiento de Jesús, que se hace presente (nace) en la hostia y en el cáliz. ¡Qué gran misterio! ¡Jesús nace cada día entre nosotros como una nueva Navidad! ¿Apreciamos y vivimos este gran misterio de amor?
Si el hombre llegara a pisar Marte, sería una noticia mundial, que recorrería todos los rincones del mundo a través de los medios de comunicación social. Pero el que todos los días Jesús se haga presente en cada misa, no es noticia y ni siquiera
se cree en ella. Si se apareciera en algún lugar del planeta, aunque sólo fuera a través de una imagen milagrosa, todo el mundo iría a verlo y a buscar milagros, pero nos falta fe para creer que Él está muy cerca, demasiado cerca, para que lo podemos ver con los ojos del cuerpo, pues sólo es posible verlo con los ojos del alma.
Supongamos que un solo hombre, el Papa por ejemplo, pudiera celebrar misa solamente una vez al año. ¿No nos gustaría poder asistir alguna vez a este gran milagro del amor? Y ahora que se celebran misas a todas las horas y en todas las partes del mundo ¿Por qué somos tan indiferentes? Cuando asistas a la iglesia, piensa que ahí está Jesús, habla con Él y renueva tu ofrecimiento. En cuanto de ti dependa, procura que haya silencio y, sobre todo, mucha limpieza en el templo, en los ornamentos, manteles y vasos sagrados. Ayuda en esto a los sacerdotes Y, si te es posible, lleva muchas flores, porque a Jesús le gusta la alegría y la sonrisa de nuestras almas. En tiempos de S. Agustín, los fieles cogían las flores, que habían adornado el altar, y las conservaban como reliquias, pues habían estado junto a Jesús. Jesús te recompensará todo lo que hagas por Él.
LA MISA CÓSMICA
El efecto de la misa abarca a todos los hombres de todos los tiempos y a todo el Universo. Desde el primer hombre hasta el último, desde la primera partícula creada hasta la última, desde el lugar en que me encuentro hasta el más remoto lugar del Cosmos. Es una misa cósmica, una misa universal, una misa católica, en el mejor sentido de la palabra. Por ser la misa de Jesús, tiene el mismo valor que la misa del Calvario y sirve para la salvación de todos los hombres, incluso de los que ya murieron y de los que vendrán. En el hoy de Dios, no hay pasado ni futuro, todo es presente.
Por eso, Dios pudo haber bendecido a mis antepasados, incluso hace cientos de años, en previsión de las misas que yo celebraría por ellos. Igualmente, Dios puede bendecir en el futuro, cuando existan, a mis hijos espirituales en atención a las misas ya celebradas por ellos. ¿Cuántas bendiciones habrán recibido y seguirán recibiendo los miembros de Órdenes religiosas en virtud de las oraciones y misas celebradas por sus fundadores y santos de su Orden? Por eso, es tan importante tener presentes en cada misa a los familiares e hijos espirituales que Dios nos encomienda y pedir por ellos y reparar por ellos. Celebrar bien la misa es una gran responsabilidad del sacerdote. En ella, somos colmados de gracia y bendición (Pleg l).
San Josemaría Escrivá de Balaguer escribió: Cuando celebro la santa misa, aunque sea con la sola participación del que me ayuda, allí también hay pueblo. Siento junto a mí a todos los católicos, a todos los creyentes y también a los que
no creen. Están presentes todas las criaturas de Dios, la tierra y el cielo y el mar, y los animales y las plantas, dando gloria al Señor de la creación entera. Y especialmente, diré con palabras del Concilio Vaticano II, “nos unimos en sumo grado al culto de la Iglesia celestial, comunicando y venerando sobre todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, de San José, de los santos apóstoles y mártires y de todos los santos” 1.
OFRECIMIENTO CON JESÚS
Es preciso que, ya en el momento del ofertorio, nos ofrezcamos a nosotros mismos con el pan y el vino para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre Todopoderoso. Acerquémonos, así preparados, al momento cumbre de la misa y vivamos plenamente conscientes, las palabras de la consagración:
JESÚS
Tomó pan.- El pan es nuestra vida que Él toma con cariño entre sus manos para transformarla. Él nos llama a la santidad y sigue confiando en nosotros.
Dándote gracias.- Le da gracias al Padre y lo bendice por nuestra vida, nuestra vocación….
Lo partió.- Así como Jesús se partió a sí mismo por la salvación del mundo y fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz, así nosotros, almas consagradas, debemos dejarnos partir por Jesús. Debemos deponer cualquier rigidez ante Dios, cualquier rebelión, romper nuestro orgullo, doblegarnos a su voluntad, decirle Sí, obedecer.
La Eucaristía se llamó también fracción del pan. Ser Eucaristía con Jesús, significa abandonarse completamente a su voluntad. Él sabe el camino….
Y lo dio sus discípulos.- Nuestra vida es para los demás, sufrimos en favor de los demás.
Tomad y comed ESTO ES MI CUERPO, que será entregado por vosotros.- Es como si dijéramos: Este cuerpo mío, esta vida mía, lo entrego y ofrezco por vosotros. Estoy dispuesto a sufrirlo todo, a darlo todo con tal de que su voluntad se cumpla en mí. Me entrego sin condiciones por la salvación del mundo. Tomad y comed, todo mi amor y toda mi vida es para vosotros.
1 San Josemaría Escrivá, Sacerdote para la eternidad, en Amar a la Iglesia, p. 75.
ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE. Sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.
Quiere decir que estamos dispuestos, incluso, a derramar nuestra sangre y perder la vida por todos nuestros hermanos. Sobre todo, debemos estar dispuestos a la muerte lenta de cada día, muriendo a nuestros egoísmos y pecados y aceptando los fracasos, enfermedades y humillaciones o limitaciones.
Haced esto en conmemoración mía.- Significa hacer realidad en nuestra vida el sacrificio de Cristo, hacer de nuestra vida una Eucaristía permanente, eucaristizando todo lo que hacemos.
Otro momento importante es el momento de ofrecernos por Cristo, con Él, y en Él. Y también el momento de la mayor unión con Cristo, en la comunión, unidos con Cristo de tal modo que su Cuerpo y el nuestro, su sangre y la nuestra se unen en una UNIDAD. En se momento somos sagrarios vivientes y llevamos a Jesús en nuestro cuerpo (mientras permanecen las especies sacramentales de pan y vino) y en nuestra alma. Podemos decir que en esos momentos somos como la Virgen María cuando llevaba en su seno a Jesús. Jesús y nosotros somos UNO. Somos otros Cristos y en cierto modo somos encaristizados o divinizados por la presencia viva de Jesús en nosotros (estando en gracia de Dios).
LOS ÁNGELES EN LA MISA
Es maravilloso celebrar la misa rodeado de millones de ángeles. Yo tengo experiencia de ello, pues todos los días, al celebrar, invito a todos los millones de ángeles del universo a que vengan a acompañarme. Esto lo deberían hacer todos los sacerdotes y también los fieles, sabiendo que, rodeando el altar, hay millones de ángeles, aunque no los veamos. Además, en cada sagrario, hay también millones de ángeles, adorando a Jesús.
San Juan Crisóstomo (†407) tiene frases muy hermosas sobre la presencia de los ángeles en el momento de la celebración de la misa. Dice: Los ángeles están alrededor de esta mesa (altar) formidable 2. Cuando ves cómo se alzan los velos, piensa que en ese momento (el momento de la consagración) en lo alto se abre el cielo y de él bajan los ángeles 3. En la misa estás junto con los ángeles: con ellos cantas, con ellos entonas himnos 4. En el momento de la misa, los ángeles rodean
2 In Isaiam I, 2.
3 In ep. ad Ephesios III, 5.
4 In Actus apostolorum XXIV, 4.
al sacerdote, y todo el altar y todo el lugar del sacrificio se llena de potestades celestes para honrar a Dios, que allí está. Y, para creer esto, basta considerar las cosas que allí se cumplen entonces. Yo oí referir a uno que lo había oído de un anciano venerable, que tenía la gracia de recibir frecuentes revelaciones, cómo una vez se le concedió tener una revelación sobre esto. Vio, en un instante, al tiempo del sacrificio, una muchedumbre de ángeles, vestidos de ropas resplandecientes, que rodeaban el altar e inclinaban sus cabezas como si fueran soldados que están en presencia del Emperador. Y no tengo dificultad en creerlo. Y otro me contó también, ya no como sabida de tercero, sino que fue digno de ver y oír él mismo, cómo a los que están por salir de este mundo, si con pura conciencia han participado de los divinos misterios, los ángeles les hacen guardia y, una vez que han expirado, por reverencia de Aquel que en el Sacramento recibieron, los trasladan de aquí a los cielos 5.
En el famoso cherubikón de las liturgias bizantinas, se decía: Soberano, Señor Dios nuestro, tú que has establecido en el cielo las órdenes y los ejércitos de los ángeles y de los arcángeles para la liturgia de tu gloria haz que, junto con nosotros, entren los santos ángeles para celebrar con nosotros la liturgia y glorificar con nosotros tu bondad 6.
El Papa Benedicto XVI, cuando era cardenal escribió: En la misa no sólo estamos reunidos unos con otros, sino que hay alguien más. Nos encontramos asociados a los ángeles, mirando la faz de Dios. Con nuestras voces nos unimos a sus coros y las suyas se juntan con nosotros. De aquí viene la grandeza de la misa, porque en ella elevamos nuestros ojos hacia los ángeles y con ellos nos ponemos ante la faz del Creador. Si comprendemos a fondo lo que esto significa, la misa será para nosotros una fuente de alegría que jamás podrá ser comparada con todas esas fiestas que nosotros hemos inventado y en las cuales no se hermanan los cielos y la tierra. Y al tener la certeza de que estamos ante los ángeles de Dios y que ellos mismos están entre nosotros, brotará con nuestro gozo el espíritu de adoración hacia la inmensa presencia que nos envuelve 7.
San Josemaría Escrivá escribía: La tierra y el cielo se unen para entonar con los ángeles del Señor: Santo, Santo, Santo. Yo aplaudo y ensalzo con los ángeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la santa misa. Están adorando a la Trinidad. Como sé también que, de algún modo, interviene la Santísima Virgen, por la íntima unión que tiene con la Trinidad beatísima y porque es Madre de Cristo, de su Carne y de su Sangre 8.
5 San Juan Crisóstomo, El sacerdocio, Ed. apostolado mariano, Sevilla, 1990, p. 110.
6 Neri Umberto, La Eucaristía, Ed. Desclee de Brouwer, Bilbao, 1998, p. 185.
7 Ratzinger Joseph, De la mano de Cristo, Ed. Eunsa, Pamplona, 1998, p. 72.
8 Es Cristo que pasa,
Precisamente por ello, toda pureza es poca para estar en presencia de Jesús y de los ángeles. Los fieles, que asisten a la misa, deben ir bien vestidos, bien peinados y, sobre todo, con un alma limpia para recibir a Jesús en presencia de los ángeles.
También es muy bueno invitar a los ángeles de nuestros familiares y seres queridos a que asistan con nosotros a la misa. Es el momento de mayor intimidad con Jesús y debemos estar unidos también a los seres más queridos. Personalmente, les pido a muchas personas conocidas que me manden sus ángeles a la hora de la misa para que, a través de ellos, reciban muchas bendiciones de Dios. Esto mismo hacía también santa Teresita. En una carta a su hermano espiritual, el Padre Roulland, le dice el 1 de noviembre de 1896: El 25 de diciembre no dejaré de enviaros mi ángel para que deposite mis intenciones cerca de la hostia que vos consagraréis 9.
EL CIELO EN LA TIERRA
Como diría el gran convertido del protestantismo Scott Hahn: Realmente estamos en el cielo, cuando vamos a misa, y esto es verdad en cada misa a la cual asistimos con independencia de la calidad de la música o del fervor de la predicación. No se trata de aprender a mirar el lado bueno de las liturgias descuidadas. Ni de desarrollar una actitud más caritativa hacia los que cantan sin oído. Se trata, ni más ni menos, de algo que es objetivamente verdad, algo tan real como el corazón que late dentro de ti. La misa, y me refiero a cada una de las misas, es el cielo en la tierra 10.
Vamos al cielo, cuando vamos a misa. No se trata meramente de un símbolo, de una metáfora, de una parábola, ni de una figura retórica. Es algo real. San Atanasio escribió: Mis queridos hermanos, no venimos a un banquete temporal, sino a un festín eterno y celestial. No lo vemos entre sombras; nos acercamos a la realidad. Es el cielo en la tierra… ¡Esa es la realidad! Ahí es donde estuviste y donde cenaste el domingo pasado. ¿En qué estabas pensando?11. Por eso, vivamos ya en esta tierra por adelantado unos momentos de cielo al asistir a la misa, en unión con todos los santos y ángeles.
El santo abad Nilo nos refiere que su maestro san Juan Crisóstomo le dijo un día confidencialmente que, durante la misa, veía a una multitud de ángeles bajando del cielo para adorar a Jesús sobre el altar, mientras muchos de ellos
9 Carta N.º 178.
10 Hahn Scott, La cena del Cordero, Ed. Rialp, Madrid, 2003, p. 24.
11 Ib. p. 166.
recorrían la iglesia para inspirar a los fieles el respeto y amor que debemos sentir por Jesucristo presente sobre el altar 12.
Por eso, san Juan Crisóstomo, decía lleno de gozo: Aquí está el cielo13. San Gregorio VII Papa, decía: A la voz del sacerdote se abren los cielos y los coros de los ángeles asisten a la misa. Lo más bajo se une a lo más alto, lo terrestre a lo celeste, las cosas visibles a las invisibles. Por eso, al sacerdote le hacen falta dos alas: la santidad y la ciencia para poder subir hasta Dios y después descender para atender a las almas y así cumplir su sublime vocación de ser luz del mundo y sal de la tierra 14.
Para sor Ángeles Sorazu (1873-1921) la misa era el cielo en la tierra. Por eso, cuando se acercaba la hora de la misa, vibraba de gozo. Nos dice: Un día, cuando tocaban a misa en la iglesia de San Pablo, vi el cielo abierto y a Jesús que se preparaba para bajar a la iglesia en referencia, donde vi después reproducidos los misterios de la Encarnación, el nacimiento, vida, pasión y muerte del Salvador por misterioso modo, con dulcísimos soberanos efectos en mi alma. A partir de este momento, me sentí favorecida con una noticia sustancial del Verbo Encarnado sacramentado, cuya presencia gocé con viveza varios meses; y después me duró su influencia dos o tres años. Por esto, cuando oía tocar a misa, me bañaba de gozo 15.
LA MISA SEGÚN ALGUNOS SANTOS 1.- SANTA CATALINA DE SIENA (1347-1380)
Jesús le dice en el libro del Diálogo: Recuerda que, yendo por la mañana, al amanecer, a la iglesia para oír misa, después de haber sido antes atormentada por el demonio, te pusiste de pie ante el altar del crucifijo. El sacerdote había ido al altar de María. Y, estando allí considerando tus faltas, temiendo haberme ofendido por las tentaciones que te había traído el demonio y considerando el afecto de mi caridad, que, a pesar de creerte indigna de entrar en su santo templo, te había considerado digna de oír la misa, cuando llegó el momento de la consagración, levantaste los ojos hacia el sacerdote. Y, al decir las palabras de la consagración, me manifesté a ti, y viste salir de mi pecho una luz, como el rayo que sale del disco del sol sin apartarse de él. En esta luz venía una paloma, unidos el uno con el otro, y revoloteaba sobre la hostia en virtud de las palabras de la consagración pronunciadas por el ministro. Tus ojos corporales no pudieron
12 Santo Cura de Ars, Sermón sobre la santa misa.
13 In epist ad corintios XXXVI, 5.
14 Diálogos IV, 58; PL 77. 425 D.
15 Autobiografía 182.
soportar aquella luz. Y te quedó entonces sólo la posibilidad de ver con los ojos de la inteligencia, y allí viste y gustaste el abismo de la Trinidad, el Dios y hombre verdadero, escondido y encubierto bajo aquella blancura. Ni la luz ni la presencia del Verbo, que intelectualmente veías en esta blancura, impedían la blancura del pan. Uno no impedía al otro. Ni el ver a Dios y hombre en aquel pan, ni el pan se veía impedido por mí, es decir, que no perdía ni la blancura, ni el sabor, ni el poder ser tocado 16.
La noche de Navidad de 1370, durante la misa, vio convertirse la hostia en un niño tan gracioso que ninguna palabra podría describirlo 17.
Otro día en el momento de la consagración de la misa, vio dos ángeles llevando el cuerpo de Cristo en una fina tela de lino y colocarlo sobre el altar. Ella dijo: “Señor, no era necesario esta visión, sin ella también hubiese creído”. Y Jesús respondió: “No es por ti, sino pensando en los que tú afirmarás en la fe”18.
Sobre los sacerdotes escribe: Si los sacerdotes consideraran su dignidad, no yacerían en las tinieblas del pecado mortal ni ensuciarían la cara de su alma. No sólo no me ofenderían a mí y a su propia dignidad, sino que, aunque dieran su cuerpo a las llamas, no les parecería poder corresponder a tanta gracia y a tanto beneficio como han recibido, ya que no se puede llegar a mayor dignidad en esta vida.
Son mis ungidos y los llamo mis “Cristos”, porque los he puesto para que me administraran a vosotros. Como flores perfumadas los he colocado en el Cuerpo místico de la santa Iglesia. El ángel no tiene esta dignidad. Sin embargo, la he dado a los hombres que yo he elegido por ministros míos y los he puesto para que fueran como ángeles. Deben ser ángeles terrestres en esta vida, porque realmente como ángeles deben ser.
2.- San Juan de Sahagún (1419-1479)
Refiere el padre Juan de Sevilla: El mismo Dios se le manifestaba en aquel santo sacramento. Él lo veía con sus ojos. El mismo Dios encarnado hablaba con él y veía en sus pies y manos y en su sagrado costado aquellas preciosas llagas que recibió como unos luceros muy resplandecientes que daban de sí un grande resplandor, tan glorioso y tan suave y con una claridad tan maravillosa, que bastaba para sustentar a los hombres sin necesidad de comer ni beber.
16 Libro del Diálogo, parte III, cap. 1.
17 Jörgensen Juan, Santa Catalina de Siena, Ed. Difusión, Tucumán (Argentina), 1859, p. 133.
18 Jörgensen Juan, o.c.,, p. 135.
Veía el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo muy resplandeciente, como el sol, y en tal manera era su resplandor que no se ocultaba su precioso cuerpo de la vista, sino que se le manifestaba con mucha gloria; en tal manera que veía que se verificaba aquello que dice san Pedro en su carta, que Cristo es a quien los ángeles siempre desean mirar y contemplar (1 Pe 1,12).
Y como en esta vista se ocupaba y recibía mucha dulzura y mucha gloria, se le abrían más los ojos y se le manifestaba la sacratísima divinidad, el mismo Dios, uno en esencia y trino en personas; de modo que conocía y participaba del incomprensible misterio de la Santísima Trinidad: cómo el Padre engendraba al Hijo y el Hijo era engendrado del Padre; y cómo el Espíritu Santo emanaba y procedía del Padre y del Hijo…
Y vio muchos secretos en aquel santo sacramento del cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Y allí aprendía y le era enseñado lo que después predicaba. Allí veía y contemplaba la milicia celestial, la Madre de Dios y los bienaventurados. Veía tales y tantos sacramentos que no les bastarán a contar todas las lenguas del mundo.
De forma que el padre Prior me dijo estas palabras formales: “Yo os digo, fray Juan (de Sevilla) que tales y tantos secretos y misterios me dijo que veía y participaba en el misterio de la misa que yo desfallecía y pensé caer en tierra muerto por el mucho terror que me tomó.
Lo cual, como yo lo oyese, siendo un indigno pecador, considerando los bienes inmensos y provechosos que se siguen a los hombres mortales del oír y decir la misa, tomé por devoción de nunca dejar de decir misa y a lo menos de oírla, teniendo fuerzas y lugar para ello. Y así amonesto a todos aquellos que me oyeren y esto leyeren a honra y gloria de Dios y para consolación y provecho de las almas 19.
3.- Beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824)
En la fiesta de san Isidro Labrador me fueron enseñadas muchas cosas acerca del valor de la misa que se dice y que se oye; y supe que es una gran dicha que se digan tantas misas, aunque las digan sacerdotes ignorantes e indignos, pues mediante ellas se libran los hombres de peligros, castigos y azotes de todo género.
19 Sevilla Juan de, Vida del santo fray Juan de Sahagún, Salamanca, 1496, p. 65.
Vi cuán admirables bendiciones nos vienen de oír la santa misa y que con ellas son impulsadas todas las buenas obras y promovidos todos los bienes, y que muchas veces el oírla una sola persona de una casa basta para que las bendiciones del cielo desciendan aquel día sobre toda una familia. Vi que son mucho mayores las bendiciones que se obtienen, oyéndola, que encargando que se diga y se oiga por otros 20.
He invocado a Dios Padre pidiéndole que se digne mirar a su divino Hijo, que a cada instante satisface por los pecadores, que ahora mismo se ofrece y se ofrece incesantemente de nuevo. Entonces he visto la representación del Viernes Santo y que el Señor se ofrece en el altar del sacerdote celebrante como se ofreció en la cruz y he visto de un modo vivo, al pie de la cruz, a María y al discípulo Juan. Esto lo veo a cada momento, de día y de noche, y veo la comunidad de los fíeles, si oran bien o mal, y cómo desempeñan los sacerdotes su ministerio. Veo primeramente a la iglesia de aquí y después las iglesias y comunidades próximas, como se ve a un cercano árbol cargado de frutas y alumbrado por el sol, y a lo lejos, otros, agrupados o formando bosques.
Veo a todas horas, de día y de noche, las misas que se dicen en todo el mundo y en comunidades muy remotas, donde todavía se celebra como en tiempos de los apóstoles. Sobre el altar veo en visión una asistencia especial con que los ángeles suplen las negligencias de los sacerdotes. Por las faltas de devoción de los fíeles ofrezco yo también mi corazón y pido a Dios misericordia. Veo a muchos sacerdotes que desempeñan su ministerio de un modo deplorable. Guardan las formas, pero muchas veces no se cuidan del espíritu. Siempre tienen presente que los está viendo el pueblo, y con esto no piensan que los ve Dios. Los escrupulosos quieren convencerse de su propia devoción.
Muchas veces, durante el día, estoy viendo de esta manera la celebración de la misa por todo el mundo; y cuando me dirigen alguna pregunta, me parece como si tuviera que interrumpir una ocupación para hablar con un niño curioso. Es tanto lo que Jesús nos ama, que perpetúa en la misa la obra de la Redención; la misa es la redención oculta que se realiza constantemente en el sacramento. Todo esto lo vi desde mis primeros años y creía que todos los hombres lo veían como yo 21.
4.- Santo cura de Ars (1786-1859)
20 Schmoeger Carlos, Vida y visiones de la venerable Ana Catalina Emmerick, Santander, 1979. pp. 400- 401.
21 Ib. p. 363 ss.
Decía sobre la misa: Si se comprendiera lo que es la misa, se moriría. No se comprenderá la felicidad que hay en celebrar la misa sino en el cielo 22. Hay sacerdotes que lo ven a Jesús todos los días en la misa 23. Esto lo decía por él mismo. Pero manifestaba con claridad: Para celebrar bien la santa misa haría falta ser un serafín 24.
Por eso, cuando se preparaba para la misa, estaba de rodillas con los ojos fijos ante el sagrario, las manos juntas y nada era capaz de distraerlo 25. Y decía: Asistir a misa es la más grande acción que podemos hacer 26.
No hay un momento en la vida en que la gracia de Dios sea dada con tanta abundancia como en la misa 27. Cuando celebro la misa por los pobres pecadores y el Señor está sobre el altar, Él lanza un rayo de luz al alma de cada pecador, que le hace conocer su estado y su pobre miseria. Él no puede resistir y regresa a Dios, su buen Padre 28. El padre Toccanier manifestó que cuando celebraba la misa decía: “Hasta la consagración, voy bastante aprisa, pero, después de la consagración, me olvido de todo al tener en mis manos a Nuestro Señor” 29.
La misa es la acción más grande, bella y eficaz sobre la tierra. Todas las obras buenas reunidas no equivalen a una misa, porque ellas son obras de hombres y la misa es obra de Dios 30. Si ustedes dan mil, tres mil o cien mil francos, no pagarían el valor de una misa. ¿Pagar la sangre de Nuestro Señor Jesucristo?
31.
Si se nos dijera que a tal hora iba a resucitar un muerto, correríamos a ver este acontecimiento, pero la consagración, que transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús, ¿no es un milagro mucho mayor que resucitar un muerto? 32
¡Qué felicidad sentía al celebrar la misa! Después de la consagración, se le veía resplandeciente de alegría y, sobre todo, antes de la comunión, cuando él tenía la hostia entre sus manos. Él hacía una pausa para mirar la hostia y lo hacía
22 Monnin Alfred, o.c., p. 239.
23 Monnin Alfred, o.c., p. 203.
24 Monnin Alfred, o.c., p. 239.
25 Fray Jerónimo, P.O., p. 814.
26 De la Bastie, Annales de 1912, 205.
27 Sermones sobre la santa misa, II, 151.
28 Lassagne, Le cure d’Ars au quotidien, Memoria 3, p. 100.
29 Padre Toccanier, P.O., p. 118.
30 Monnin Alfred, o.c., p. 89.
31 Pedro Oriol, P.O., p. 301.
32 Monnin Alfred, o.c., p. 90.
con una sonrisa tan dulce que se podría decir que veía a Nuestro Señor con sus ojos corporales 33.
5.- Santa Faustina Kowalska (1905-1938)
Ella vivía en la misa el misterio de Navidad con el Niño Jesús. A menudo veo al Niño Jesús durante la santa misa. Es sumamente bello. Una vez, al ver al mismo niño en nuestra capilla, durante la santa misa, me invadió un fortísimo deseo y ansia irresistible de acercarme al altar y de tomar al Niño Jesús. En el mismo instante el Niño Jesús se puso junto a mí al borde del reclinatorio y con las dos manitas se agarró a mi brazo, encantador y alegre, con su mirada penetrante y llena de profundidad 34.
Durante la misa de medianoche (de 1933) vi al Niño Jesús en la hostia. Mi espíritu se sumergió en Él. Aunque era un niñito, su Majestad penetró mi alma. Me impresionó profundamente este misterio, este gran humillarse de Dios, este inconcebible anonadamiento suyo. Durante toda la fiesta de Navidad lo tuve vivo en el alma 35.
Un gran misterio se celebra durante la santa misa. Con qué devoción deberíamos escuchar y participar en esta muerte de Jesús. Un día sabremos lo que Dios hace por nosotros en cada santa misa y qué don prepara para nosotros en ella. Sólo su amor divino puede permitir que nos sea dado tal regalo. “Oh Jesús, Jesús mío, de qué dolor tan grande está penetrada mi alma, viendo una fuente de vida que brota con tanta dulzura y fuerza para cada alma. Y, sin embargo, veo almas marchitas y áridas por su propia culpa. Oh Jesús mío, haz que la fortaleza de tu misericordia envuelva a estas almas” 36.
Hoy, durante la santa misa, junto a mi reclinatorio he visto al Niño Jesús que parecía tener un año, y que me pidió tomarlo en brazos. Cuando lo tomé en brazos, se estrechó a mi corazón y dijo: Estoy bien junto a tu corazón. Le contesté: “Aunque eres tan pequeño, yo sé que eres Dios. ¿Por qué tomas el aspecto de un chiquitín para tratar conmigo?”. Porque quiero enseñarte la infancia espiritual. Quiero que seas muy pequeña, ya que siendo pequeñita te llevo junto a mi Corazón así como tú me tienes en este momento junto a tu corazón. En ese momento me quedé sola, pero nadie podrá comprender lo que sentía mi alma. Estaba toda sumergida en Dios como una esponja arrojada en el mar 37.
33 Lassagne, Le cure d’Ars au quotidien, Memoria 3, p. 76.
34 Diario 434.
35 Diario 182.
36 Diario 914.
37 Diario 148.
En una ocasión, cuando mi confesor (padre Sopocko) celebraba la misa, como siempre, vi al niño Jesús en el altar desde el momento del ofertorio. Pero un momento antes de la elevación, el sacerdote desapareció y se quedó Jesús y, cuando llegó el momento de la elevación, Jesús tomó en sus manitas la hostia y el cáliz y los levantó juntos y miró hacia el cielo; y un momento después vi otra vez a mi confesor y pregunté al niño Jesús dónde estaba el sacerdote mientras no lo veía. Y Jesús me contestó: En mi Corazón 38.
Otra vez, cuando fui a confesarme fuera del convento, sucedió que mi confesor estaba celebrando la santa misa. Un momento después vi sobre el altar al niño Jesús que cariñosamente y con alegría extendía sus manitas hacia él 39.
6.- Marie Julie Jahenny (1850-1941)
La mística francesa Marie-Julie Jahenny dice el 3 de noviembre de 1879: Vi el altar rodeado de ángeles. A la derecha e izquierda del sacerdote estaban los serafines, que le servían. Cuando llegó el momento del Credo, los ángeles cantaban y ofrecían al Señor la fe de los pueblos. Al momento de la elevación de la hostia, yo vi al Niño Jesús de una belleza sublime. Él tenía sus pequeñas manitas abiertas y el Corazón abierto. Todo el cielo cantaba el Hosanna y una muchedumbre de ángeles rodeaba al niño Jesús.
Al Padrenuestro, el Niño Jesús tenía los brazos extendidos hacia arriba y repartía abundantes gracias por todas partes. Al momento de la comunión del sacerdote, todo el cielo arrojó llamas de fuego sobre el pecho del sacerdote, que parecía un cielo. Al momento del Cordero de Dios, Nuestro Señor aparecía como un torrente en llamas. Al momento de la comunión de los fieles, yo vi al Niño Jesús sonreír, cuando lo recibían en comunión, pero su sonrisa no era igual en todos. A la hora de la bendición, Nuestro Señor estaba con el sacerdote para bendecir. ¡Qué maravilloso es el divino sacrificio! 40.
7.- San Josemaría Escrivá de Balaguer (1900-1975)
38 Diario 442.
39 Diario 312.
40 Bourcier, Marie-JulieYahenny, Une vie mystique, Ed. Tequi, pp. 139-140.
Recuerdo que el 9 de febrero de 1973, nos manifestó a Monseñor Álvaro del Portillo y a mí: “Quiero decir la santa misa muy bien”. Don Álvaro comentó: “¡Es muy difícil!”. Y el fundador del Opus Dei agregó: “Ya lo sé, pero quiero decirla bien porque al Señor le agradan esos deseos”.
En otra ocasión, instantes antes de empezar, me rogó: “Únete a la intención de mi misa, y pide al Señor que yo celebre la santa misa como Él quiere. Pondré en el altar, como hago todos los días, a los enfermos y a los atribulados…
El 24 de octubre de 1971, cuando nos leía en el Círculo semanal las normas del plan de vida, repitió despacio: “¡Santa Misa!”. Y, tras una pausa, añadió: “¡Nunca es una labor de administrativo, de rutina!”.
Al celebrar el santo sacrificio, llevaba al altar a la humanidad, a los ángeles y arcángeles, la creación entera, sintiendo la compañía de todas las criaturas, con sus alabanzas y con sus necesidades, que ofrecía a la Trinidad. Ponía de su parte un gran esfuerzo mental y físico, que en ocasiones, por el cansancio del trabajo y las circunstancias de su enfermedad, hacía que terminase verdaderamente agotado. Al mismo tiempo, se reflejaba en su rostro una felicidad inmensa por ese encuentro que había tenido con la Trinidad beatísima, ya que siempre estuvo radicada en su alma y en su mente la inmediatísima cercanía de las Tres Personas en la renovación del sacrificio del Calvario.
No había un gesto al que no diera un hondo contenido espiritual, como tampoco pronunciaba una palabra sin fijar su atención, poniendo el amor de que era capaz 41.
Él creía firmemente que san José está presente con María donde está Jesús Eucaristía: en los sagrarios y especialmente también en cada misa. Decía: El Señor me ha mostrado, piadosamente, que de alguna manera inefable, a Él, inerme, mucho más que en la cuna de Belén, María y José no le dejan. Alguna presencia hay de la madre de Dios y del que hizo las veces de Padre. ¡Cerca de Ti están!
¡Cerca de nosotros! ¡Yo les agradezco la compañía que te hacen! Y no puedo separar la hostia de la Sagrada Familia, de esa Familia de Nazaret que me enamora y que me entusiasma 42.
8.- SAN JUAN PABLO II (1920-2005)
41 Echevarría Javier, Memoria del Beato Josemaría Escrivá, Ed. Rialp, Madrid, 2000, pp. 224-225.
42 Palabras antes de la comunión en la misa de la fiesta del Corpus Christi, en Buenos Aires, 1974.
Desde hace más de medio siglo, cada día, a partir de aquel dos de noviembre de 1946 en que celebré mi primera misa, mis ojos se han fijado en la hostia y el cáliz. Cada día mi fe ha podido reconocer en el pan y en el vino consagrados al divino Caminante que un día se puso al lado de los dos discípulos de Emaús para abrirles los ojos a la luz y el corazón a la esperanza 43.
Nada tiene para mí mayor sentido ni me da mayor alegría que celebrar la misa todos los días y servir al pueblo de Dios en la Iglesia. Ha sido así desde el día mismo de mi ordenación sacerdotal. Nada lo ha cambiado, ni siquiera el llegar a ser Papa 44.
He podido celebrar la santa misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades… Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación 45.
9.- Catalina Rivas
Ha sido un alma víctima, que tuvo visiones sobre la realidad en la misa. Nos dice: En el ofertorio la santísima Virgen dijo “reza así: (y yo la seguía) Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus manos. Edifica tú, Señor, con lo poco que soy. Por los méritos de tu Hijo, transfórmame, Dios Altísimo.
De pronto empezaron a ponerse de pie unas personas que no había visto antes. Era como si del lado de cada persona que estaba en la Catedral, saliera otra persona y aquello se llenó de unos personajes jóvenes, hermosos. Iban vestidos con túnicas muy blancas y fueron saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose hacia el altar.
Dijo nuestra Madre: Observa, son los ángeles de la guarda de cada una de las personas que están aquí. Es el momento en que su ángel de la guarda lleva sus ofrendas y peticiones ante el altar del Señor.
43 Encíclica Ecclesia de Eucharistia N° 59.
44 Los Ángeles, 14 de setiembre de 1987.
45 Encíclica Ecclesia de Eucharistia N° 8.
En aquel momento, estaba completamente asombrada, porque esos seres tenían rostros tan hermosos, tan radiantes como no puede uno imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi femeninos, sin embargo la complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura era de hombre. Los pies desnudos no pisaban el suelo, sino que iban como deslizándose, como resbalando. Aquella procesión era muy hermosa.
Algunos de ellos tenían como una fuente de oro con algo que brillaba con una luz blanca-dorada, dijo la Virgen: Son los ángeles de la guarda de las personas que están ofreciendo esta santa misa por muchas intenciones, aquellas personas que están conscientes de lo que significa esta celebración, aquellas que tienen que ofrecer al Señor.
Ofrezcan en este momento, ofrezcan sus penas, sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones. Recuerden que la misa tiene un valor infinito y por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir.
Detrás de los primeros ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las llevaban vacías. Dijo la Virgen: Son los ángeles de las personas que estando aquí no ofrecen nunca nada, que no tienen interés en vivir cada momento litúrgico de la Misa y no tienen ofrecimientos que llevar ante el altar del Señor.
En último lugar iban otros ángeles que estaban medio tristes, con las manos juntas en oración pero con la mirada baja. Son los ángeles de la guarda de las personas que estando aquí, no están, es decir, de las personas que han venido forzadas, que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de la santa misa y los ángeles van tristes porque no tienen que llevar ante el altar, salvo sus propias oraciones.
No entristezcan a su ángel de la guarda… Pidan mucho, pidan por la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por sus familiares, sus vecinos, por quienes se encomiendan a sus oraciones. Pidan, pidan mucho, pero no solo por ustedes, sino por los demás.
Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al bajar, los transforme por sus propios méritos. ¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí mismos? La nada y el pecado, pero al ofrecerse unidos a los méritos de Jesús, aquel ofrecimiento es grato al Padre.
Aquel espectáculo, aquella procesión era tan hermosa que difícilmente podría compararse a otra. Todas aquellas criaturas celestiales haciendo una reverencia ante el altar, unas dejando su ofrenda en el suelo, otras postrándose de
rodillas con la frente casi en el suelo y luego que llegaban allá desaparecían de mi vista.
Llegó el momento final del prefacio y cuando la asamblea decía: Santo, Santo, Santo, de pronto, todo lo que estaba detrás de los celebrantes desapareció. Del lado izquierdo del señor arzobispo hacia atrás en forma diagonal aparecieron miles de ángeles pequeños, ángeles grandes, ángeles con las alas inmensas, ángeles con alas pequeñas, ángeles sin alas, como los anteriores; todos vestidos con unas túnicas como las albas blancas de los sacerdotes o los monaguillos.
Todos se arrodillaban con las manos unidas en oración y en reverencia inclinaban la cabeza. Se escuchaba una música preciosa, como si fueran muchísimos coros con distintas voces y todos decían al unísono junto con el pueblo: Santo, Santo, Santo…
Había llegado el momento de la Consagración, el momento del más maravilloso de los milagros…Del lado derecho del arzobispo hacia atrás en forma también diagonal, una multitud de personas, iban vestidas con la misma túnica pero en colores pastel: rosa, verde, celeste, lila, amarillo; en fin, de distintos colores muy suaves. Sus rostros también eran brillantes, llenos de gozo, parecían tener todos la misma edad. Se podía apreciar (y no puedo decirlo por qué) que había gente de distintas edades, pero todos parecían igual en las caras, sin arrugas, felices. Todos se arrodillaban también ante el canto de Santo, Santo, Santo, es el Señor…
Dijo nuestra Señora: Son todos los santos y bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las almas de los familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios. Entonces la vi. Allá justamente a la derecha del arzobispo… un paso detrás del celebrante, estaba un poco suspendida del suelo, arrodillada sobre unas telas muy finas, transparentes pero a la vez luminosas, como agua cristalina, la santísima Virgen, con las manos unidas, mirando atenta y respetuosamente al celebrante. Me hablaba desde allá, pero silenciosamente, directamente al corazón, sin mirarme.
¿Te llama la atención verme un poco más atrás de Monseñor, verdad? Así debe ser… Con todo lo que me ama mi Hijo, no me ha dado la dignidad que da a un sacerdote de poder traerlo entre mis manos diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales. Por ello siento tan profundo respeto por un sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí.
¡Dios mío, cuánta dignidad, cuánta gracia derrama el Señor sobre las almas sacerdotales y ni nosotros, ni tal vez muchos de ellos estamos conscientes!
Delante del altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color gris que levantaban las manos hacia arriba. Dijo la Virgen santísima: Son las almas benditas del purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse. No dejen de rezar por ellas. Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con Dios y gozar de Él eternamente.
Ya lo ves, aquí estoy todo el tiempo… La gente hace peregrinaciones y busca los lugares de mis apariciones, y está bien por todas las gracias que allá se reciben, pero en ninguna aparición, en ninguna parte estoy más tiempo presente que en la santa misa. Al pie del altar donde se celebra la eucaristía, siempre me van a encontrar; al pie del sagrario permanezco yo con los ángeles, porque estoy siempre con Él.
Ver ese rostro hermoso de la Madre en aquel momento del Santo, al igual que todos ellos, con el rostro resplandeciente, con las manos juntas en espera de aquel milagro que se repite continuamente, era estar en el mismo cielo.
El celebrante dijo las palabras de la Consagración. Era una persona de estatura normal, pero de pronto empezó a crecer, a volverse lleno de luz, una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía y se hacía muy fuerte en la parte del rostro, de modo que no podía ver sus rasgos. Cuando levantaba la forma vi sus manos y tenían unas marcas en el dorso de las cuales salía mucha luz. ¡Era Jesús!… Era Él que con su Cuerpo envolvía el del celebrante como si rodeara amorosamente las manos del señor arzobispo. En ese momento la Hostia comenzó a crecer y crecer enorme y en ella, el rostro maravilloso de Jesús mirando hacia su pueblo.
Por instinto quise bajar la cabeza y dijo nuestra Señora: No agaches la mirada, levanta la vista, contémplalo, cruza tu mirada con la suya y repite la oración de Fátima: Señor, yo creo, adoro, espero y te amo, te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no te aman. Perdón y Misericordia… Ahora dile cuánto lo amas, rinde tu homenaje al Rey de Reyes.
Se lo dije, parecía que sólo a mí me miraba desde la enorme hostia, pero supe que así contemplaba a cada persona, lleno de amor… Luego bajé la cabeza hasta tener la frente en el suelo, como hacían todos los ángeles y bienaventurados del cielo. Por fracción de un segundo tal vez, pensé qué era aquello. Jesús tomaba el cuerpo del celebrante y al mismo tiempo estaba en la Hostia que al bajarla el celebrante se volvía nuevamente pequeña. Tenía yo las mejillas llenas de lágrimas, no podía salir de mi asombro.
Inmediatamente Monseñor dijo las palabras consagratorias del vino y junto a sus palabras, empezaron unos relámpagos en el cielo y en el fondo. No había
techo de la iglesia ni paredes, estaba todo oscuro, solamente aquella luz brillante en el altar.
De pronto suspendido en el aire, vi a Jesús, crucificado, de la cabeza a la parte baja del pecho. El tronco transversal de la cruz estaba sostenido por unas manos grandes, fuertes. De en medio de aquel resplandor, se desprendió una lucecita como de una paloma muy pequeña, muy brillante, dio una vuelta velozmente toda la iglesia y se fue a posar en el hombro izquierdo del señor arzobispo, que seguía siendo Jesús, porque podía distinguir su melena y sus llagas luminosas, su cuerpo grande, pero no veía su rostro.
Arriba, Jesús crucificado, estaba con el rostro caído sobre el lado derecho del hombro. Podía contemplar el rostro y los brazos golpeados y descarnados. En el costado derecho tenía una herida en el pecho y salía a borbotones, hacia la izquierda, sangre, y hacia la derecha, pienso que agua, pero muy brillante; más bien eran chorros de luz que iban dirigiéndose hacia los fieles moviéndose a derecha e izquierda. ¡Me asombraba la cantidad de sangre que fluía hacía del cáliz. Pensé que iba a rebalsar y manchar todo el altar, pero no cayó una sola gota!
Dijo la Virgen en ese momento: Este es el milagro de los milagros, te lo he repetido, para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Jesús.
¿Puede alguien imaginarse eso? Nuestros ojos no lo pueden ver, pero todos estamos allá, en el momento en que a Él lo están crucificando y está pidiendo perdón al Padre, no solamente por quienes lo matan, sino por cada uno de nuestros pecados: ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!
Cuando íbamos a rezar el Padrenuestro, habló el Señor por primera vez durante la celebración y dijo: Quiero que ores con la mayor profundidad que seas capaz y que en este momento, traigas a tu memoria a la persona o a las personas que más daño te hayan ocasionado durante tu vida, para que las abraces junto a tu pecho y les digas de todo corazón: “En el Nombre de Jesús yo te perdono y te deseo la paz. En el Nombre de Jesús te pido perdón y deseo mi paz. Si esa persona merece la paz, la va a recibir y le hará mucho bien; si esa persona no es capaz de abrirse a la paz, esa paz volverá a tu corazón. Pero no quiero que recibas y des la paz a otras personas, cuando no eres capaz de perdonar y sentir esa paz primero en tu corazón”.
Ustedes repiten en el padrenuestro: perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Si ustedes son capaces de perdonar y no olvidar,
como dicen algunos, están condicionando el perdón de Dios. Están diciendo perdóname únicamente como yo soy capaz de perdonar, no más allá.
No sé cómo explicar mi dolor, al comprender cuánto podemos herir al Señor y cuánto podemos lastimarnos nosotros mismos con tantos rencores, sentimientos malos y cosas feas que nacen de los complejos y de las susceptibilidades. Perdoné, perdoné de corazón y pedí perdón a todos los que me habían lastimado alguna vez, para sentir la paz del Señor.
El celebrante decía: la paz del Señor esté con todos ustedes…
De pronto vi que en medio de algunas personas que se abrazaban (no todos), se colocaba en medio una luz muy intensa, supe que era Jesús y me abalancé prácticamente a abrazar a la persona que estaba a mi lado. Pude sentir verdaderamente el abrazo del Señor en esa luz, era Él que me abrazaba para darme su paz, porque en ese momento había sido yo capaz de perdonar y de sacar de mi corazón todo dolor contra otras personas. Eso es lo que Jesús quiere, compartir ese momento de alegría abrazándonos para desearnos su paz.
Llegó el momento de la comunión de los celebrantes, ahí volví a notar la presencia de todos los sacerdotes junto a Monseñor. Cuando él comulgaba, dijo la Virgen: Este es el momento de pedir por el celebrante y los sacerdotes que lo acompañan, repite junto a Mí: Señor, bendícelos, santifícalos, ayúdalos, purifícalos, ámalos, cuídalos, sostenlos con tu Amor… Recuerden a todos los sacerdotes del mundo, oren por todas las almas consagradas…
Empezó la gente a salir de sus bancas para ir a comulgar. Había llegado el gran momento del encuentro, de la comunión, el Señor me dijo: Espera un momento, quiero que observes algo… por un impulso interior levanté la vista hacia la persona que iba a recibir la comunión en la lengua de manos del sacerdote.
Debo aclarar que esta persona era una de las señoras de nuestro grupo que la noche anterior no había alcanzado a confesarse, y lo hizo recién esa mañana, antes de la santa misa. Cuando el sacerdote colocaba la sagrada forma sobre su lengua, como un flash de luz, aquella luz muy dorada-blanca atravesó a esta persona por la espalda primero y luego fue bordeándola en la espalda, los hombros y la cabeza. Dijo el Señor: ¡Así es como yo me complazco en abrazar a un alma que viene con el corazón limpio a recibirme!
El matiz de la voz de Jesús era de una persona contenta. Yo estaba atónita mirando a esa amiga volver hacia su asiento rodeada de luz, abrazada por el Señor, y pensé en la maravilla que nos perdemos tantas veces por ir con nuestras pequeñas o grandes faltas a recibir a Jesús, cuando tiene que ser una fiesta.
Cuando me dirigía a recibir la comunión, Jesús repetía: La última cena fue el momento de mayor intimidad con los míos. En esa hora del amor, instauré lo que ante los ojos de los hombres podría ser la mayor locura, hacerme prisionero del Amor. Instauré la Eucaristía. Quise permanecer con ustedes hasta la consumación de los siglos, porque mi Amor no podía soportar que quedaran huérfanos aquellos a quienes amaba más que a mi vida…
Recibí aquella hostia, que tenía un sabor distinto, era una mezcla de sangre e incienso, que me inundó entera. Sentía tanto amor que las lágrimas me corrían sin poder detenerlas…
¡Cuántas cosas nos perdemos al no entender y al no participar todos los días de la santa misa! ¿Por qué no hacer un esfuerzo de empezar el día media hora antes para correr a la santa misa y recibir todas las bendiciones que el Señor quiere derramar sobre nosotros?
10.- San Pío de Pietrelcina (1887-1968)
El escritor Guido Piovene, que asistió a la misa del padre Pío, escribió: El padre Pío celebra la misa en un estado de éxtasis y arrobamiento. No un arrobamiento inmóvil, porque se alternan sentimientos diversos. Las manos, que durante el día cubre con unos medios guantes, están desnudas en el altar y manifiestan la gran mancha rojiza de los estigmas. Se ve que le duelen y especialmente sufre al arrodillarse como lo pide el rito, agarrándose al altar, pues una sombra de dolor físico aparece en su rostro. Está claro que revive en su cuerpo y alma el sacrificio de Cristo. Más que una misa, el suyo es un coloquio con Cristo. Los sentimientos diferentes de alegría o angustia que se notan en su rostro son suscitados en él por los hechos en que participa. He visto al padre Pío sacarse de la manga un pañuelo, usarlo y después dejarlo sobre el altar. Su misa es al mismo tiempo, trágica y confidencial. Celebrar misa es para el padre Pío un acontecimiento capital de cada día. En otros momentos, ora y confiesa. Duerme poco, come algo de verdura y un vaso de cerveza. Sus ocupaciones son celebrar misa, confesar y orar. Ellas constituyen en él un valor de función pública 46.
Nino Salvaneschi escribió sobre la misa del padre Pío: Nunca un hombre de Cristo pudo haber celebrado con mayor sencillez a ejemplo de Cristo, cuando rezaba en Galilea. Palidísimo, los ojos medio cerrados como el que está viendo una luz demasiado intensa, el padre Pío celebra la misa como si llegase de una humanidad superior a la nuestra, celebrando en aquel altar sencillo y casi tosco
46 Positio IV, problemi storici, p. 46.
a través de una atmosfera de otro mundo. A su derredor la gente de san Giovanni Rotondo llena la iglesia. La gente se sienta hasta en las gradas debajo del altar… No cabe duda, cuando este hombre celebra la misa, está verdaderamente con Dios
47.
El padre Carmelo, hablando de la misa del padre Pío en sus últimos cuatro años, manifiesta. La misa duraba de 35 a 40 minutos. He visto cómo aquel sacerdote de Cristo revivía y ofrecía con Él el sacrificio del Calvario. Parecía no percatarse de las luces, de los flash de los fotógrafos, de todo lo que ocurría en torno a él. Ensimismado totalmente en Dios, miraba la sagrada hostia con sus grandes ojos de los que parecía salir fuera toda su fe y su amor. Se movía sobre sus pies doloridos. Con frecuencia se enjugaba las lágrimas con un pañuelo blanco que el sacristán tenía siempre a mano. A veces no lograba contener y dominar la emoción interior y, además de las lágrimas, temblaba su voz y toda su persona 48.
Algunos forasteros decían: Por fin he asistido a una verdadera misa. Y eso que la decía en latín, pero se notaba con claridad que no era él el único que asistía en el altar, pues le asistían presencias invisibles.
El padre Vicente de Casacalenda declaró: Uno no se cansaba de mirarlo. Allí se estaba repitiendo el misterio de la Pasión. Parecía que había nacido para celebrar la misa. Cuando levantaba la patena y el cáliz, las mangas bajaban un poco y dejaban ver las llagas de las manos. Sobre ellas se posaban las miradas de todos. Y, después de la consagración y de la elevación, se advertía algo insólito en su rostro. La gente decía: “Parece Jesús”… ¿Y quién puede olvidar aquel grito: Señor, no soy digno? Se daba golpes de pecho y eran tan fuertes aquellos golpes que causaban maravilla. La gente contenía su respiración, cuando llegaba la comunión. El divino crucificado se unía a aquel pobre fraile crucificado como Él49.
El padre Rosario de Aliminusa declaró: Durante tres años he podido asistir a la misa del padre Pío y puedo afirmar que, durante la celebración de la misa, su rostro se transformaba y quedaba luminoso. No digo que fuera una luz sobrenatural, sino simplemente que su rostro tomaba un aspecto sereno, resplandeciente como el de una persona que siente una gran alegría interior. Era un rostro en el que transparentaba su íntima comunión con Dios. Él me decía que comenzada la misa, no sentía nada y no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor en la iglesia50.
47 Fernando da Riese Pío X, o.c., p.19.
48 Ib. p. 201.
49 Ib. p. 197.
50 Positio I/1, p. 573.
El padre Vittorio Massaro cuenta sobre la misa de Nochebuena de 1965 a la que él asistió, haciendo de diácono: Otras veces asistí a la misa de padre Pío, pero aquella noche santa fue algo muy especial. El padre se transformaba al contemplar al Niño divino ante sus ojos. Daba suspiros de amor, que salían de las fibras más íntimas de su corazón. El padre cantaba siempre con voz clara y fuerte, pero aquella noche era una explosión de amor y entonó el canto del Gloria con mucho entusiasmo.
La santa misa era para él el centro de su vida. Asistir a ella era como una atracción que quitaba la respiración e invitaba a la meditación profunda. Y, si esto sucedía a todos los que estaban presentes, cuánto más a los que ayudaban en el altar. Parecía que toda la persona del padre Pío resplandecía 51.
El señor Francesco Vicari en su Testimonio declaró: Tuve la suerte de asistir a su misa. Mirando las llagas de sus manos, la luz de sus ojos y el éxtasis de su rostro, me surgió una plegaria. “Haz Dios mío, que pueda amarte también yo como este hombre santo 52.
En una entrevista al padre Pío le preguntaron:
- ¿La santísima Virgen está en su misa?
- ¿Y creen que la Madre no se interesa por su Hijo?
- ¿Los ángeles asisten a la misa?
- En multitudes.
- ¿Qué hacen?
- Adoran y aman.
- Padre, ¿quién está cerca de vuestro altar?
- Todo el paraíso.
- ¿Quisiera celebrar más de una misa al día?
- Si estuviera en mi poder, no descendería jamás del altar 53.
El mismo padre Pío manifestó: El día de la Asunción de María al cielo estaba celebrando la misa y… me sentía morir. Eran dolores físicos y penas internas que martirizaban mi pobre ser. Una tristeza mortal me invadía y me parecía que todo había terminado para mí: la vida terrena y la eterna. Lo que más me atormentaba era no poder manifestar a la divina bondad mi amor y reconocimiento. No me aterrorizaba tanto la idea de ir al infierno, sino la idea de que allí no hay amor…
51 Positio I/1, p. 579.
52 Positio I/1, p. 588.
53 Tarsicio de Cervinara, La messa di padre Pio, San Giovanni Rotondo, 1975, p. 40.
Tocaba la cima de la agonía y donde pensaba encontrar la muerte, encontré el consuelo de la vida. En el momento de consumir las sagradas especies de la hostia santa, una luz me invadió totalmente y vi claramente a la Madre celeste con su Hijo en brazos que, juntos, me decían: “Tranquilízate. Nosotros estamos contigo, tú nos perteneces y nosotros somos tuyos”.
Dicho esto, no vi nada más. Llegó la calma y la serenidad. Todo el día me sentí ahogado en un océano de dulzura y amor indescriptible. Al ocaso del sol de este día he regresado al estado normal 54.
Para celebrar bien la misa se preparaba con mucha oración. Se levantaba muy temprano y se pasaba un par de horas en oración antes de celebrar la misa. Después de la misa, se quedaba, al menos media hora, en acción de gracias.
El padre Buenaventura de Pavullo le hizo algunas preguntas en noviembre de 1939:
- Padre Pío, ¿cómo se debe preparar uno bien para celebrar la misa?
- Pensar en la pasión de Cristo que se renovará poco después.
- ¿Se puede orar en la misa fuera de los Mementos de vivos y difuntos?
- ¿Cómo no se va a poder? ¿Te parece que después de la consagración no se le pueda decir a Jesús allí presente: Te amo, perdona mis pecados, ten piedad y misericordia de mí y de ellos y salva al mundo entero? 55.
En carta del 18 de abril de 1912 le escribía al padre Agustín sobre su acción de gracias: Después de la misa me entretuve con Jesús para darle gracias. ¡Qué suave fue el coloquio que he tenido esta mañana con el paraíso!… El Corazón de Jesús y el mío se fundieron. No eran dos corazones que latían, sino uno solo. Mi corazón había desaparecido como una gota de agua en el mar. Jesús era el paraíso, el rey. Mi alegría era tan intensa y profunda que no podría soportar más. Lágrimas deliciosas inundaron mi rostro 56.
En carta al padre Benito del 21 de julio de 1913 le escribe: El domingo, después de la celebración de la misa, fui transportado por una fuerza superior a una habitación muy espaciosa, toda resplandeciente de luz vivísima. En un trono alto vi sentada una señora de extraordinaria belleza. Era la Virgen santísima que tenía al niño en su seno, el cual tenía una actitud majestuosa con un rostro espléndido y luminoso más que el sol. Y alrededor había una gran multitud de ángeles bajo formas resplandecientes 57.
54 Positio III/2, pp. 2500-2501.
55 Positio I/1, p. 889.
56 Positio III/2, p. 1157.
57 Positio III/2, p. 1197.
A partir del 24 de noviembre de 1966 tuvo que celebrar la misa sentado y mirando al pueblo por sus achaques, pues tenía ya 79 años. Pero siempre fue muy cuidadoso en guardar las normas litúrgicas establecidas como hijo obediente de la Iglesia, pues sabía muy bien que la misa, no era la misa del padre Pío, sino la misa de Jesús. Jesús es el que celebra la misa y el sacerdote es sólo ministro de Jesús y ministro de la Iglesia en la celebración.
Cuando vinieron las reformas litúrgicas con el concilio Vaticano II y el establecimiento de la misa de cara al pueblo en lengua vernácula, para evitar faltas, prefirió pedir dispensa, que consiguió, para poder seguir celebrando la misa en latín y según el rito antiguo. Solamente se le pidió observar la rúbrica de levantar el cáliz y la patena con las dos manos. El padre Pellegrino declaró: El día en que le llegó la dispensa me mandó a la capilla para traerle el cáliz y la patena y ver cómo se levantaban los dos juntos, porque decía: “Las cosas hay que hacerlas bien” 58.
Cuando estaba enfermo, debían llevarle la comunión sin falta, porque no podía vivir sin ella. Un día dijo: Si debiera estar un día sin la comunión, yo me moriría 59.
11.- El padre Reus
El padre Juan Bautista Reus (1868-1947) fue un famoso místico jesuita, alemán que vivió los últimos 47 años de su vida en Brasil. Tuvo muchas visiones sobre la santa misa 60.
a) La santísima Trinidad
El padre Reus afirma: En la misa constantemente veo en mí a la Santísima Trinidad, pero también veo mi corazón unido al Corazón de Jesús desde la fiesta de la Santísima Trinidad de 1916 61.
58 Positio II, p. 238.
59 Positio II, p. 1534.
60 A se refiere a su Autobiografía.
61 A 934.
El 18 de septiembre de 1939, al momento del ofertorio, vi a la Santísima Trinidad 62. La Santísima Trinidad era quien recibía las ofrendas que presentaban, especialmente el pan y el vino, que se convertirían en el Cuerpo y Sangre de Jesús.
El 27 de agosto de 1940, durante la misa se presentó visiblemente la Santísima Trinidad con todo el coro de ángeles y descendió sobre el altar. Yo estaba en medio de la Santísima Trinidad, rodeado también por todo el coro de ángeles.
El 19 de octubre de 1939, al rezar la novena en honor del Espíritu Santo, vi durante toda la misa al Espíritu Santo sobre mí. Antes de la consagración lo vi entre las otras dos divinas personas. Después vi una lluvia de rayos que salían del Espíritu Santo y descender sobre mí y sobre las ofrendas 63. Varias veces lo veía al Espíritu Santo bajo la forma de una paloma durante la misa sobre el altar 64.
El 2 de diciembre de 1940 celebré la misa en honor del Espíritu Santo. En la comunión vi al Espíritu Santo rodeado de ángeles y en lugar de la hostia santa vi al Niño Jesús, lo mismo que ayer. Después de la purificación del cáliz al final de la misa, vi al Espíritu Santo debajo de las otras dos divinas personas. El Espíritu Santo se inclinó hacia mí y tocó mi boca con ilimitado amor 65.
El 2 de enero de 1941, durante la misa tuve dos éxtasis de amor. En la consagración y en la comunión. En la comunión vi a la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo descendió y me besó, no en la boca, sino en el corazón 66.
El 29 de julio de 1941 en la misa vi al Padre celestial que me bendecía y me daba un beso en la frente 67.
El 8 de agosto de1941 en la misa el Padre celestial y Jesús impusieron sus manos sobre mí en señal de completo perdón de mis pecados y errores 68.
El 22 de marzo de 1939 vi a las tres personas divinas sobre el altar rodeadas de ángeles para indicar que también los ángeles están presentes en la misa. En el momento de la paz recibí un abrazo de cada una de las tres personas que me abrazaron a la vez 69.
62 A 2773.
63 A 2810.
64 A 2821
65 A 3252.
66 A 3283.
67 A 3522.
68 A 3532.
69 A 2586.
El 12 noviembre de 1942, estando a punto de consumir la hostia santa, vi en ella al Espíritu Santo en forma de paloma del tamaño de la hostia de modo que tuve la suerte de recibir junto con el Santísimo Sacramento al Espíritu Santo de modo sensible.
El 17 de enero de 1943, en la misa vi a la Santísima Trinidad, a la querida Madre de Dios y muchos santos y ángeles que me rodeaban en el altar70.
b) Memorial del sacrificio de Jesús
La misa es el memorial (hacer aquí y ahora, es decir actualizar) el sacrificio de Jesús en la cruz de modo incruento. Por eso, Jesús se le presentaba en la misa clavado en la cruz.
El 16 de julio de 1939 vi al divino Salvador clavado en la cruz delante de mí en tamaño natural al comenzar la misa. Él pronunciaba las palabras de la misa conmigo. Lo vi claramente mover sus labios y al menos una vez, dirigir sus ojos hacia lo alto en oración. Eso duró toda la misa. Esta visión quiere demostrar que la santa misa es la maravillosa renovación del sacrificio de la cruz y esto desde el principio hasta el fin y que el amado Salvador hace suyas las palabras del sacerdote. El sacerdote goza del privilegio envidiable de ser el representante visible del divino sacerdote. Él, que en la cruz se ofreció por nosotros con infinito amor al Padre celeste, hace lo mismo en el altar por medio del sacerdote 71.
El 16 de septiembre de l939 tuve dos éxtasis: en la consagración y en la comunión. En el primero vi al divino Salvador en la cruz y a la Virgen y a san Juan al pie de la cruz 72.
El 22 de enero de 1940 vi al Salvador en la cruz y a un ángel que recogía en un cáliz la sangre que salía de la santa llaga del costado. El ángel colocó su cáliz lleno delante de mí en el altar. Yo debería beber la sangre que acababa de recoger en el cáliz. Era mi cáliz de la misa. Proseguí la misa y bebí la verdadera sangre de Jesús 73.
El 22 de octubre de 1941 hasta antes de la consagración, estuvo Jesús presente allí en la cruz, como también estuvo el Padre y el Espíritu Santo. Por debajo había muchos ángeles. Al decir las palabras de la consagración: Este es el cáliz de mi sangre, vi que la preciosísima sangre de Jesús goteaba de la llaga de su
70 A 4111.
71 A 2712.
72 A 2771.
73 A 2397.
costado dentro del cáliz que yo tenía en la mano. Después de la consagración, nuestro Señor me estrechó contra su Corazón. Algo parecido notó el 17 de enero de 1940.
El 14 de septiembre de 1942 escribió: En la misa el sacerdote está con el Salvador en la cruz, sufriendo con él. Cada vez que celebro la misa, yo me ofrezco al Padre celestial para morir como el Redentor, que está muriendo 74.
c) Jesús, celebrante principal
El sacerdote en la misa actúa in persona Christi, es decir, en la persona de Cristo. Jesús se adueña de su cuerpo para celebrar por medio de él la santa misa.
El padre Reus nos dice: El 13 de octubre de 1936, en la consagración, vi en mis manos, las luminosas y sagradas manos de Jesús, tomando el cáliz y dando la bendición. Vi en mi lengua, la lengua luminosa del Señor, pronunciando las palabras de la consagración: “Nunca antes había visto este hecho” 75.
El 7 de agosto de 1937 distinguí, sobre todo en la consagración, la mano luminosa del Salvador y cómo ejecutaba conmigo y en mí todas las ceremonias. Sentí en mi brazo el peso de su santo brazo. De modo especial al padrenuestro, oí bien distintas dos voces, pronunciando las palabras, quiero decir mi voz y la del divino Salvador. No quiero decir que las percibí con los oídos corporales, pero me parecía que los percibía con los oídos del cuerpo. Después de la santa misa observé en otras acciones que el Señor hacía lo mismo conmigo y en mí 76. Otro día, en el momento de la consagración del cáliz, vi a nuestro Señor pronunciar distintamente dentro de mí y conmigo las palabras consecratorias. Al levantar el cáliz distinguí en mis manos las manos luminosas y delicadas del Salvador 77.
El 17 de febrero de 1941, vi mi corazón en la mano que Jesús tenía en la patena. De la patena subía una llama (a la Trinidad). Por eso el sacerdote debe ofrecerse en el ofertorio junto con Jesús por amor a él 78.
El 7 de julio de 1946, al pronunciar las palabras de la consagración, noté que nuestro Señor trazaba con la mano derecha la señal de la cruz al mismo tiempo que yo. La misma cosa al fin de la misa. Lo que el sacerdote bendice es por Dios
74 A 3986.
75 A 1810.
76 A 5.
77 A 27.
78 A 3359.
bendecido y consagrado. Esta tan antigua verdad nuestro Señor me la hizo ver para aumentar en mí la confianza en las bendiciones de la Iglesia 79.
Quiso el Señor darme a entender que las palabras proferidas por el sacerdote en la misa, corresponden a algo real, aunque no lo percibamos con los sentidos. Es preciso entonces que entre en acción una fe viva (para recibir los efectos sobrenaturales). Algunas veces Dios descorre un poco el velo o la cortina para que nos convenzamos de que bajo formas externas insignificantes hay escondidos profundos misterios y debemos aprender a creer 80.
El 21 de septiembre de 1941 observé que, cuando al fin de la misa di la bendición, vi a Jesús encima de mí que bendecía conmigo con su mano derecha, desprendiéndola de la cruz. Lo que el sacerdote hace, lo hace en él y con él.
El 20 de octubre de 1943, vi al dar la bendición final, cómo el Niño Jesús la daba conmigo. Con esto el divino Salvador quería demostrar, no solo el hecho de que da su bendición, sino también su amabilidad y bondad que él transmite a sus criaturas 81.
- LA VIRGEN MARÍA
Nos dice en su Autobiografía el padre Reus: El 6 de mayo de 1939, después de comenzar la misa, vi a la Virgen María con el Niño Jesús en brazos por la maternidad de María, fiesta de la catedral de Porto Alegre. En el ofertorio vino María sonriendo hacia mí 82.
El 26 de mayo de 1939 en la misa tuve tres éxtasis, uno después del beso del altar al comienzo de la misa, otro en la consagración y el otro en la comunión. En el momento del “Communicantes” vi algunos santos rodeando el altar, después vi una multitud de ellos. María, la madre de Dios, se dignó bendecirme, lo que me causó mucha alegría 83.
El 10 de julio de 1939 celebré la misa en honor de la Inmaculada Concepción y, al dar la bendición final, vi encima de mí a la querida Madre de Dios, bendiciendo junto conmigo, pues tiene ese derecho por ser la medianera de todas las gracias. Las gracias dadas por Dios también ella las reparte. Ella es la medianera especialmente para el sacerdote, pues a él le encomienda lo que tiene de más querido, que es su Hijo divino en el Santísimo Sacramento. Esta bendición
es una prueba más de su amor al sacerdote, pues ella bendice a quien él bendice. Ella ama a todos, pero en especial a los sacerdotes, que le son cercanos como tutores de su Hijo en el Santísimo Sacramento 84.
El 4 de febrero de 1940, en la misa, se presentó la Virgen María personalmente. Estaba en alto sobre mí y extendió sus brazos en mi dirección como demostrando su amor. Se inclinó hasta estar muy cerca y me tomó la mano izquierda para darme un beso 85.
El 18 de mayo de 1941 estaba rezando las tres avemarías del final de la misa (era antes del concilio) y la Madre de Dios puso su mano izquierda sobre mí. Quedé en éxtasis y vi a María en medio de la Santísima Trinidad, un poco más abajo. Descendiendo vino hacia mí. En ese momento volví del éxtasis. La Virgen quiso darme a entender la gran satisfacción que siente por el rezo de las avemarías.
El 30 de julio de 1941 celebraba 48 años de sacerdote y le pidió al Señor en la misa que le renovase la gracia del sacerdocio. Y vio frente a él al Señor que le impuso ambas manos. También el Padre celeste extendió sobre él las manos. Y anota: Esto significa que él me renovó realmente aquella primera gracia que recibí y esto lo hace a cada sacerdote que se lo pida. Al final de la misa y rezar de rodillas las tres avemarías acostumbradas, se me presentó la Virgen María, que también me impuso ambas manos para bendecirme.
El 25 de diciembre de 1941 vi a la Madre de Dios. Ella dejó al Niño Jesús, que entró en mi corazón y yo lo abracé fuertemente. Esta misma alegría proporciona María a todos los sacerdotes, aunque no lo sientan. María es la madre bondadosa de todos los sacerdotes y es la medianera de todas las gracias, especialmente de las gracias para ser buenos sacerdotes 86.
El 4 de febrero de 1942 apareció la Madre de Dios y extendió sus manos hacia mí como prueba de su amor. Como si esto no bastase, bajó cada vez más hacia mí hasta llegar muy cerca y me ofreció su mano izquierda para darle yo un beso.
e) La sagrada familia
El padre Reus tenía mucha devoción a san José, por ser parte de la Sagrada Familia. El 15 de mayo de 1946 escribe: Mi devoción a san José no es pequeña.
Repito su nombre miles de veces al día al repetir la jaculatoria: “Jesús, María y José”.
El 18 de enero de 1917, el tiempo libre de los Ejercicios espirituales lo pasé haciendo actos de amor, diciendo: “Jesús, María, José”. Lo repetí primero 2.000 veces, después 3.000, 4.000 y en los últimos días 5.000.
Él estaba convencido de que en cada misa estaba presente san José como miembro de la Sagrada Familia. Refiere: El 12 de enero de 1947. Desde el principio hasta el final de la misa vi a la Sagrada Familia en presencia de la Trinidad. El Señor me mostró su Sagrado Corazón. La Sagrada Familia estaba rodeada de una corona de ángeles. A la hora de la bendición final, las tres personas de la Sagrada Familia dieron junto conmigo la bendición 87.
El 19 de mayo de 1941, en la comunión, vi al Salvador y a su izquierda y derecha a la Madre de Dios y a san José… Estoy seguro que esta visita de la Sagrada Familia vale para todo sacerdote en la misa. Por su ordenación es elevado a ser miembro de esa Sagrada Familia (de Jesús, María y José). Él es semejante a María, porque el Salvador recibe de él su vida sacramental. Es semejante a san José, porque debe proteger y cuidar al divino Salvador (de las profanaciones y faltas de respeto) 88.
El 19 de marzo de 1946 me vi arrodillado delante de san José. Era el día de su fiesta y me tendió un lirio. Era el lirio propio del santo. Después vi a las tres divinas personas, teniendo cada una un lirio. Junto a nosotros (san José y yo) estaba la Virgen, san Ignacio, Luis Gonzaga, Juan Berchmans y Estanislao de Kostka, rodeados de muchos ángeles que tenían lirios en sus manos 89.
f) Los santos
Normalmente veía durante la misa al santo cuya fiesta se celebraba. Además de la Virgen María y san José, fueron muchos los santos de la Compañía de Jesús que se le presentaban, porque los invitaba de modo especial, empezando por san Ignacio, su padre fundador, san Francisco Javier, san Pedro Canisio, san Francisco de Borja, san Claudio de la Colombière, beato padre Bernardo de Hoyos, san Estanislao de Kostka, san Luis Gonzaga y santos mártires jesuitas como Roque González, Ignacio de Azebedo, mártires japoneses…, pero también grandes santos y mártires de otras Congregaciones y Órdenes religiosas de acuerdo a su fiesta,
según el calendario litúrgico de la Iglesia universal, como santa Teresa de Jesús, santa Teresita del Niño Jesús, san Pedro de Alcántara, san José de Cupertino, san Francisco de Asís, santa Cecilia, santa Lucía, santa Margarita María de Alacoque, san Pedro y san Pablo, san Juan Bautista y otros apóstoles como san Andrés o san Bartolomé…
Nos dice: El 10 de octubre de 1912 estuvo conmigo la Virgen María con su divino Hijo. Después pude ver a san Ignacio de Loyola, san Francisco de Borja y todos los santos de la Compañía 90.
El 15 de octubre de 1912 gocé de la presencia de santa Teresa de Jesús. Conversé con ella y le pedí que me alcanzase de Jesús que complete en mí la obra comenzada (de la santificación).
El 24 de junio de 1939, fiesta de san Juan Bautista, lo vi presente en la misa rodeado de ángeles 91.
El 6 de julio de 1939, octava de la fiesta de san Pedro y san Pablo, en la santa misa, vi sobre el altar a los dos apóstoles. San Pedro tenía las llaves y san Pablo la espada 92.
El 3 de octubre de 1939 vi en el momento de la comunión a la Santísima Trinidad y en medio de ella a santa Teresita del Niño Jesús, después vi a la Santísima Virgen también 93.
El 24 de octubre de 1939, al celebrar la misa en honor del arcángel san Rafael, lo vi estar sobre mí para darme su protección 94. El 30 de octubre de 1939 vi en la misa al santo hermano Alfonso Rodríguez. El 10 de abril de 1940, al enunciar en la misa los nombres de Ágata, Lucía, Inés, Cecilia, etc., vi en medio de ellas a la Madre inmaculada como reina de todas ellas.
Él vivía especialmente en la misa, el dogma de la comunión de los santos.
g) El ángel custodio
El padre Reus manifiesta: El 2 de octubre de 1940 celebré la misa en honor del ángel de la guarda. Ya en la oración al pie del altar, mi ángel estaba visible a
mi lado. Entonces vi a la Santísima Trinidad. Desde el altar hasta el trono de las tres divinas y personas, vi una larga fila de ángeles. Cuando subí al altar, los ángeles me rodeaban.
El 29 de septiembre de 1941, en la comunión vi que estaba amparado por san Miguel arcángel y mi ángel custodio 95.
El 2 de octubre de 1942, fiesta del ángel custodio, en la misa, después de la consagración, vi a un ángel acompañado de otros que ofrecía el santo sacrificio al Padre celestial, juntando sus peticiones con las peticiones del pobre sacerdote
96.
El 8 de octubre de 1942, el ángel que en la misa elevó (ofreció) mi corazón creo que fue el ángel de mi guarda. El sacerdote en el altar está constantemente rodeado de ángeles, porque debido a su función él también es un ángel. Por eso debe procurar serlo también en amor y pureza 97.
El 31 de julio de 1946 estaba poniéndome los ornamentos para la misa y vi a san Ignacio de Loyola. Era el día de su fiesta. Vi una inmensa multitud de ángeles. Yo estaba en medio y a un lado estaba mi ángel custodio y al otro san Ignacio 98.
h) Los ángeles
El 24 de marzo de 1943 vi en la misa a san Gabriel arcángel con un lirio en las manos. En el ofertorio lo mismo, pero esta vez en presencia de la Virgen y de muchos ángeles, que tenían también un lirio en las manos 99.
El 11 de julio de 1943 vi el altar dentro de un gran lirio. Al decir las palabras de la consagración de la hostia: “Esto es mi Cuerpo”, vi al Salvador descendiendo sobre el altar. Muchos ángeles lo acompañaban. En el momento en que estaba inclinado sobre el altar, rezando las oraciones que preceden a la comunión, vi la patena rodeada de lirios. Esta es una visión muy significativa, porque muestra la necesidad de una conciencia pura como el lirio y un cuerpo puro, totalmente consagrado al Señor.
El 19 de julio de 1943, después de la consagración, vi una aureola de lirios alrededor de la santa hostia y del cáliz, y vi cómo los ángeles llevaban al Niño Jesús a la presencia de Dios. Todos los ángeles llevaban un lirio en una de sus manos 100.
El 24 de octubre de 1945, al comienzo de la misa, vi al arcángel san Rafael. Después de comulgar lo vi con un lirio en la mano. Reconocí que era mi lirio 101.
El 24 de enero de 1943, en el rezo del Gloria, vi una gran multitud de ángeles que rezaban conmigo el Gloria. Y lo mismo el Credo. En el momento de “Se encarnó”, todos hicieron una profunda reverencia 102. Y alabaron en voz alta el misterio de la Encarnación.
El 10 de octubre de 1942 en la misa, cuando yo rezaba el Santo, Santo, Santo, vi una hilera de ángeles arrodillados delante del trono de la Santísima Trinidad, a los cuales tuve que acompañar como sacerdote en el canto del Santo.
El 11 de julio de 1943, cuando yo decía las palabras sagradas: “Esto es mi Cuerpo”, presencié el descenso de Jesús sobre el altar. Muchos santos ángeles con lirios en las manos lo acompañaban a ambos lados.
Los ángeles participan en la misa en algunos momentos especiales, incluso cantando. Por ejemplo, rezando el Gloria, el Credo, el padrenuestro, el Santo Santo; uniéndose a las peticiones del sacerdote y diciendo con él algunas oraciones de la misa. Esto mismo hace la Virgen María y los santos presentes.
Cuando rezamos el Oficio divino, podemos pedir al Virgen, a los santos y ángeles que lo recen con nosotros. Al rezar el rosario, lo podemos rezar con los ángeles y los santos. La Virgen María sólo reza con nosotros el padrenuestro y el Gloria. En el avemaría y en las letanías está en silencio, recibiendo nuestras alabanzas y peticiones.
Durante la misa, los ángeles rezan por nosotros y lo mismo hace de modo especial nuestro ángel custodio, incluso a lo largo del día y en las noches, mientras dormimos, aunque no se lo pidamos. Sin embargo, si se lo pedimos, tendremos más bendiciones. Por eso, cuando vayamos a una iglesia, unámonos a los ángeles del sagrario y a los santos representados en las imágenes o de nuestra devoción, para que el efecto de nuestra oración se vea multiplicado inmensamente.
i) La bendición final
María en unión con la S. Trinidad, da la bendición con el sacerdote en la misa. Nos dice: El 10 de julio de 1939, al dar la bendición final, vi a la querida Madre de Dios, bendiciendo junto conmigo 103.
El 1 enero de 1939, al dar yo la bendición al final de la misa, vi cómo la Santísima Trinidad por encima de mí daba también la bendición. Nada de extraordinario tiene eso, una vez que Dios en el Antiguo Testamento prometió bendecir lo que los sacerdotes bendijeran. Y esto con más razón en el Nuevo Testamento.
Sobre la eficacia y extensión de la bendición nos dice el 27 de marzo de 1940: En la primera oración después de la consagración, vi detrás de mí a la altura de las palabras plebes tua sancta (tu pueblo santo) la santa Iglesia compuesta por un número incalculable de fieles, por los cuales yo, como sacerdote, oraba. La misma multitud innumerable vi delante de mí en la última bendición. La bendición de la misa llega evidentemente a toda la iglesia, aun en el caso de que celebre solo el sacerdote.
j) El purgatorio
El valor infinito de la misa llega hasta el purgatorio. Nos dice el padre Reus: El 4 de agosto de 1939 vi en la misa a Jesús vivo en la cruz y noté que de la llaga del costado descendía hasta el purgatorio su sangre santísima. También vi el Sagrado Corazón, fuente de luz y consuelo y cómo con su santísima sangre extinguía las llamas del purgatorio.
El 7 de enero de 1944, en la misa después de la consagración, vi entre la Santísima Trinidad y el altar, al Sagrado Corazón de Jesús. De él salían rayos de luz en dirección al purgatorio para alivio de las pobres almas 104.
El 7 de mayo de 1941 vi cómo la santísima sangre salía por delante y por detrás del altar hacia el purgatorio. Eso significaba la rica y abundante ayuda que
les daba a las almas del purgatorio, empezando por mis parientes y por mi madre, por quien había ofrecido esa misa 105.
El 23 de febrero de 1946 celebré la misa por mi padre, fallecido en esta fecha. Desde el principio de la misa vi al arcángel san Miguel. El arcángel Miguel guía a las almas y las presenta a la divina Majestad. Había muchos ángeles alrededor 106.
ANOTACIONES
Después de haber visto algunas maravillas que suceden en la misa, es importante que el sacerdote celebrante realice todas las acciones de la misa concentrado en lo que hace. Por ejemplo, sube al altar invitando a todo el cielo a acompañarlo en la celebración. De hecho, va a estar rodeado por innumerables ángeles y santos, que junto con la Virgen María y san José lo van a acompañar toda la misa. También estarán presentes muchas almas del purgatorio y niños muertos sin bautismo, que vienen a recibir bendiciones para ir al cielo cuanto antes.
Al besar el altar, debe pensar que está besando a Jesús, pues el altar representa a Jesús. Es como decirle desde el principio: Jesús, yo te amo.
A continuación comienza la misa en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, haciendo bien la señal de la cruz. Después saluda al pueblo con una de las fórmulas establecidas, pero debe tener presente que al saludar, está saludando también a todo el cielo y la tierra, con los ángeles, santos y toda la humanidad, incluida toda la creación.
Al hacer el acto penitencial, debe sentir realmente haber ofendido a Dios con tantos pecados a lo largo de su vida y debe pedir sinceramente perdón.
Al momento de las lecturas de la Palabra de Dios, debe estar atento para escuchar lo que el mismo Dios le puede decir a él en esos momentos. Al momento del ofertorio debe tener presente que hay ángeles que presentan a Dios las ofrendas, las peticiones y obras buenas de los presentes; y ofrecerse junto con Jesús por la salvación del mundo. No hay que olvidar que los ángeles rezan y cantan con el sacerdote el Gloria, el Credo, el Santo, el padrenuestro y otras oraciones de la misa, que también la Virgen María reza con ellos.
En el momento cumbre de la consagración, momento en que Jesús se ofrece en la cruz al Padre, debemos ofrecernos también con él y tomar conciencia de que, en ese momento, Jesús se hace presente como en Navidad para adorarlo como los pastores y los magos.
Al Por Cristo, con Él y en Él, nos unimos a Jesús para que en unión con el Espíritu Santo podamos dar gloria al Padre celestial.
No olvidemos que la comunión es el momento de mayor unión con Jesús y, por medio de Jesús, con el Padre y el Espíritu Santo. Estamos unidos a la Santísima Trinidad y, durante el tiempo que permanecen las especies sacramentales (un cuarto de hora aproximadamente), debemos estar unidos a Jesús, dándole gracias por el gran regalo de la comunión. Comulgar debe ser una fiesta, una gran alegría, pues ni los ángeles pueden comulgar. Y cada misa debe ser una fiesta con Jesús al recibirlo en la comunión.
Decía san Buenaventura: La misa está tan llena de misterios como el mar de gotas de agua, como el aire de granitos de polvo, como el firmamento de estrellas, como el cielo está lleno de ángeles. Y el Papa Juan Pablo II decía: El sacerdote manifiesta después de la consagración del pan y del vino el estupor siempre nuevo por el prodigio extraordinario que ha tenido lugar entre sus manos. Un prodigio que solo los ojos de la fe pueden percibir. Sobre el altar está presente verdadera, real y sustancialmente Cristo, muerto y resucitado, en toda su humanidad y divinidad 107.
SEGUNDA PARTE
DIGNIDAD SACERDOTAL
EL SACERDOTE
¡Oh sublime dignidad del sacerdote!
¿Quién eres tú ?
Tú eres el servidor de todos los hombres,
el «siempre disponible «, el hombre «para» los demás, el esposo de la Iglesia.
Tú eres el hombre de Dios.
El que habla a Dios de los hombres y a los hombres de Dios.
Tú eres el puente…
Tú, en cada misa, te transformas en Jesús, el Hombre-Dios.
Tú eres hombre y eres Dios.
Eres todo y eres nada.
Eres superior a los ángeles…. Eres Padre de todos los hombres.
Eres sacerdote eternamente.
El sacerdote es representante y embajador de Cristo en el mundo y debe actuar en su Nombre y con su poder. Es depositario y distribuidor de los tesoros de la Redención. Es pastor y guía del pueblo de Dios y debe estar dispuesto a dar su vida por sus ovejas (Jn 10,11). Debe diferenciarse de los demás como el pastor se distingue de sus ovejas. En su aspecto exterior, debe reflejar su dignidad; en su comportamiento, debe inspirar confianza como un padre. En la misa debe llevar en su corazón a todos sus hijos del mundo entero y ofrecerse por ellos. En cierto modo, es responsable de la humanidad y debe preocuparse de la salvación de las almas y de la gloria de Dios, luchando siempre contra el mal y contra el Maligno. Su vida y su tiempo no le pertenecen. Por eso, debe ser un hombre de oración, estudio y sacrificio en favor de los demás.
Es sacerdote y víctima y continúa la obra de la Redención en la tierra por medio de los sacramentos. Es Maestro de la Palabra de Dios y debe ser un hombre universal, para todos sin excepción.
¡Qué grande es la dignidad del sacerdote! Con toda tu alma honra al Señor y reverencia a los sacerdotes (Eclo 7, 31). El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús… Si comprendiésemos bien lo que es el sacerdote, moriríamos, no de pavor, sino de amor (Cura de Ars). El sacerdocio es la cima de todas las dignidades y títulos del mundo (S. Ignacio de Antioquia). Por ello, los santos tenían tanto aprecio y respeto por los sacerdotes. Decía Sta. Eduviges: Que Dios bendiga a quien hizo que Jesús bajara del cielo y me lo dio. Igualmente, San Francisco de Asís afirmaba: En los sacerdotes veo al Hijo de Dios… y, si me encontrara con un ángel del cielo y con un sacerdote, primero me arrodillaría ante el sacerdote y después ante el ángel.
Oh venerable dignidad del sacerdote, entre cuyas manos se encarna cada día el Hijo de Dios, como se encarnó en el seno de María (S. Agustín). El sacerdote es el hombre de la Eucaristía y vive para la Eucaristía. Juan Pablo II afirmaba que: La celebración de la Eucaristía es el centro y el corazón de toda vida sacerdotal
108. Y Él, personalmente, decía: Nada tiene para mí mayor sentido ni me da mayor
alegría que celebrar la misa todos los días. Ha sido así desde el mismo día de mi ordenación sacerdotal 109.
Para mí el momento más importante y sagrado de cada día es la celebración de la Eucaristía. Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar “en la persona de Cristo”. Jamás he dejado la celebración del santísimo sacrificio. La santa misa es el centro de toda mi vida y de cada día 110. Ser sacerdote es ser administrador del bien más grande de la Redención, porque da a los hombres al Redentor en persona. Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo sacerdote. Y para mí, desde los primeros años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía ha sido, no sólo el deber más sagrado, sino, sobre todo, la necesidad más profunda del alma… El misterio eucarístico es el corazón palpitante de la Iglesia y de la vida sacerdotal 111. De su celebración dependen muchas bendiciones para el mundo, pues se celebra para la salvación del mundo entero.
El sacerdote en la misa ofrece el santo sacrificio in persona Christi (en la persona de Cristo), lo cual quiere decir más que en nombre o en vez de Cristo. In persona quiere decir en la identificación específica sacramental con el Sumo y eterno sacerdote, que es el amor y el sujeto principal de éste su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie 112. El sacerdote en la misa personifica a Cristo, según el canon 899. Cristo toma posesión de su persona y a través de Él, se ofrece a Sí mismo al Padre, como lo hizo en la cruz. Hay una identificación del sacerdote con Cristo, pues Cristo absorbe la persona del sacerdote y actúa a través de Él, que es su ministro e instrumento. El sacerdote le presta su voz, sus manos, su cuerpo.
El que habla en la misa no es el sacerdote humano, al que escuchamos. Ciertamente, oímos su voz, pero su voz viene de más arriba, de más hondo. Es la voz misma de Cristo, que habla a través del sacerdote. Sus manos son las manos de Jesús, el cual se sirve del sacerdote, de sus manos, de su lengua, de sus palabras para ofrecer el sacrificio del altar. Porque, en realidad, es Jesús quien celebra la misa. Él es el único y eterno sacerdote, pero como no lo vemos ni oímos, necesita del sacerdote, como de una pantalla, en la que proyecta su propia vida divina, su sacrificio, su amor, su voz…
Como le decía Jesús a la Venerable Concepción Cabrera de Armida, fundadora de las Religiosas de la Cruz: El sacerdote en la Misa, identificado
109 USA 14-9-87.
110 27-10-95
111 Don y misterio 9
conmigo, es otro YO, es decir, es YO mismo al consagrar en ese gran misterio de la transustanciación (cc 49, 181).
Si el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración con gran sencillez y humildad, de manera comprensible, correcta y digna, como corresponde, sin prisas, con un recogimiento tal y una devoción tal que los participantes adviertan la grandeza del misterio que se realiza, entonces los fieles crecerán en el amor a Cristo Eucaristía 113. Por eso, aconsejaba Juan Pablo II: Vivid desde ahora plenamente la Eucaristía, sed personas para quienes el centro y culmen de toda la vida sea la santa misa, la comunión y la adoración eucarística
114.
¡Es tan grande ser sacerdote y poder realizar cada día el gran prodigio de amor! El mundo debería vibrar, el cielo entero debería conmoverse profundamente, cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote… Entonces, deberíamos imitar la actitud de los ángeles que, cuando se celebra la misa, bajan en escuadrones desde el paraíso y se estacionan alrededor de nuestros altares en adoración para interceder por nosotros 115.
Por eso, es tan necesario que todos, pero muy especialmente los sacerdotes, sean santos. Sed santos, porque Yo, el Señor, soy santo y os he separado de entre los pueblos para que seáis míos (Lev 20, 26). Y Cristo exclamaba: Santifícalos en la verdad (Jn 17, 17). Y le decía a la Venerable Concepción Cabrera de Armida: Los sacerdotes son la fibras de mi corazón, su esencia, sus mismos latidos 116.
Sin embargo, a veces lamentamos casos de sacerdotes que abandonan su ministerio o llevan una vida mediocre o dan que hablar por su conducta. Oremos por ellos. Sta. Teresa de Jesús escribió: Una vez llegando a comulgar, vi dos demonios que rodeaban al pobre sacerdote… y vi a mi Señor con la Majestad que tengo dicha, puesto en aquellas manos, en la hostia que me iba a dar, y que se veía claro ser ofensoras suyas y entendía estar aquel alma en pecado mortal… Díjome el mismo Señor que rogase por él y que lo había permitido para que entendiese yo la fuerza que tienen las palabras de la consagración y cómo no deja el Señor de estar allí por malo que sea el sacerdote que las dice… Entendía cuán recia cosa es tomar este Santísimo Sacramento indignamente y cuán señor es el demonio del alma que está en pecado mortal 117.
113 Pablo VI, Ib. Nº 9
114 España 8-11-82.
115 S. Francisco de Asís.
116 A mis sacerdotes 33
117 Vida 38, 23.
Melania, la vidente de la Virgen de La Salette, Francia, 1846, refiere en su Autobiografía italiana: Un día fui a la iglesia y vi un sacerdote con su hábito todo roto, con cara triste, pero tranquilo, que me dijo: Sea por siempre bendito el Dios de la justicia y de la infinita misericordia. Hace más de treinta años que estoy condenado con toda justicia en el purgatorio por no haber celebrado con el debido respeto el santo sacrificio, que continúa el misterio de la Redención, y por no haber tenido el cuidado que debía de la salvación de las almas, que me estaban confiadas. Me ha sido hecha la promesa de mi liberación para el día en que oigas la misa por mí, en reparación de mi culpable tibieza… A los tres días pude ir a misa. Después de la misa, vi al sacerdote, vestido con hábito nuevo, adornado con brillantes estrellas, su alma completamente embellecida y resplandeciente de gloria, que volaba hasta el cielo.
Una religiosa me escribía lo siguiente: El 7 de junio de 1956, después de mucho pedírmelo el Señor y no darle un Sí, una noche tuve una experiencia que me hizo estremecer. El deseo de ofrecer mi vida por los sacerdotes era para mí como una sombra de la que no podía deshacerme, pero no me decidía, me daba miedo. Hasta que Él cansado de esperar, me tiró como a Saulo y me hizo caer de mí misma. Tuve una visión, vi a un sacerdote que, mirándome con los ojos desorbitados me decía: Por tu culpa, por tu culpa me condeno. Como herida por un rayo, salté de la cama y me ofrecí en aquel momento y le di mi sí a Jesús. No sé el tiempo que pasé de rodillas, pero la luz del día me encontró a los pies del crucifijo de mi celda. No sentía cansancio ni miedo, pero sí la paz de haber dado mi Sí para siempre.
LIBERACIÓN
Una de las tareas más importantes del sacerdote es la de alejar el poder del demonio de las personas y de las cosas.
La principal arma del sacerdote es la celebración de la misa, donde se ofrece con Jesús por la salvación del mundo, en unión con sus fieles. El poder de una misa es incalculable, porque es la misa de Jesús, que se ofrece como lo hizo aquel día de Viernes Santo en el Calvario. Otro medio importantísimo es la confesión y la comunión. Por eso, debe estar siempre disponible para atender a los pecadores que se acerquen a pedirle confesión y comunión, pues eso les hará acercarse a Dios y alejarse del mal. La devoción a la Virgen María y el rezo del rosario es
inmensamente importante en la lucha contra el mal. Por eso, todo auténtico sacerdote debe promover en su parroquia la devoción a María y el rezo del rosario. Y, sobre todo, la devoción a Jesús Eucaristía.
También es importante tener objetos benditos. Por eso, no debe descuidar el bendecir siempre a sus feligreses y bendecir sus objetos sagrados, pues el diablo distingue muy bien, al igual que algunos santos, los objetos bendecidos por un sacerdote de los que no lo son. También es muy importante el uso de la sal bendita o del agua bendita. Santa Teresa de Jesús dice: Debe ser grande la virtud del agua bendita, para mí es muy particular y muy conocida consolación que siente mi alma, cuando la tomo… Tengo experiencia de que (los demonios) no hay cosa de que huyan más para no tornar; de la cruz también huyen, pero vuelven. Al respecto, dice de ella la Venerable Ana de Jesús: La santa jamás emprendía un viaje sin llevar agua bendita. Sufría mucho, si se olvidaba. Por eso, nosotras llevábamos un pequeño frasco de agua bendita colgado de la cintura y ella quería tener el suyo 118.
Dice el gran exorcista italiano Gabriele Amorth: Cada uno de nosotros tiene su ángel custodio, amigo fidelísimo durante las 24 horas del día, desde la concepción hasta la muerte. Nos protege incesantemente en el alma y en el cuerpo; y nosotros, la mayoría de las veces, ni siquiera pensamos en esto. Sabemos que también las naciones tienen su ángel particular y, probablemente también, cada comunidad, incluso cada familia, aunque de esto no tenemos certeza. Pero sabemos que los ángeles son numerosísimos y están deseosos de hacernos el bien, mucho más de lo que los demonios buscan hacernos daño 119.
Todos los sacerdotes tienen un especial poder contra Satanás, aun los que no son exorcistas; poder que se deriva, precisamente, de su sacerdocio ministerial, que no es un honor para la persona sino un servicio para las exigencias espirituales de los fieles. Y entre estas exigencias, ciertamente, está también la de liberar de los influjos maléficos… Podemos ayudarnos de medios sagrados, sea en oraciones de liberación, sea en exorcismos: por ejemplo, poniendo sobre la cabeza del interesado el crucifijo, el rosario o alguna reliquia: es eficacísima la santa cruz, porque con la cruz Jesús venció a Satanás; pero son eficaces también las reliquias de los santos y, a menudo, son útiles también las imágenes benditas como la de san Miguel, a quien los demonios tienen un especial terror 120.
Para liberar del poder del demonio hay que hacerlo en el Nombre de Jesús. Porque Jesús nos ha dado ese poder. El que cree en mi Nombre expulsará
118 Vida 31, 4.
119 Amorth Gabriele, Narraciones de un exorcista, Ed. san Pablo, Bogotá, 1994, p. 25.
120 ib. p. 120.
demonios…, pondrá las manos sobre los enfermos y éstos quedarán sanos (Mt 16, 17-18). Ya en el siglo II san Justino escribe a los paganos, en su Apología: En todas partes, y en vuestra ciudad de Roma, hay numerosos endemoniados que los otros exorcistas, encantadores y magos, no han podido curar; en cambio, muchos de nosotros, cristianos, actuando en el Nombre de Jesucristo, los hemos curado, reduciendo a la impotencia a los demonios que poseían a los hombres 121 . Cualquier demonio, que sea conjurado en el Nombre de Jesús, es derrotado. Pero probad vosotros de conjurar por todos los reyes y justos y profetas, que han existido entre vosotros, y veréis que ni un solo demonio huirá derrotado 122.
El obispo exorcista de Isernia, Andrea Gemma, que tiene mucha experiencia en liberación y expulsión de demonios, en su libro Yo, obispo exorcista, dice: Nunca agradeceré suficientemente a Dios por la inmensidad del don que me ha dado al llamarme al sacerdocio y llenarme de la unción del Espíritu Santo. Esta unción me ha transformado y me ha dado un gran poder para hacer el bien a mis hermanos y abatir las fuerzas de las tinieblas. Es preciso reconocer el poder de Dios, que ha tenido necesidad de mi voluntad, de mis manos, de mis palabras para bendecir, confortar, curar y liberar… Nunca dejaré de alabar la grandeza del Dios Omnipotente que eleva a la pobre criatura a cumplir sus prodigios.
Cuando la unción santa nos ha transformado, somos verdaderamente grandes, poderosos, o mejor, somos pequeñísimos instrumentos que Dios ha querido necesitar para obrar sus maravillas… El demonio lo sabe mejor que nosotros y, por eso, tiembla de rabia y no puede menos de someterse, al menos parcialmente, hasta que llegue el día en el que la sumisión será definitiva y, entonces, Cristo será todo en todos (Col 8, 11) 123.
¿PROMOTOR SOCIAL?
Un sacerdote no puede ser mediocre. Las almas necesitan sacerdotes- sacerdotes y no sacerdotes a medias, que viven como laicos, o laicos, que actúan como sacerdotes. Hay que ser sacerdotes-sacerdotes al ciento por ciento. Y eso debe notarse hasta en su modo de vestir y de vivir. Un sacerdote no puede llevar una vida de lujo que escandalice a sus feligreses pobres o vivir igual que cualquiera, yendo a cines y espectáculos de cualquier tipo, con la excusa de que hay que estar al día. Un sacerdote debe cuidar su espíritu, pues debe ser un modelo espiritual para los demás, o sea, debe ser ejemplar. Cada palabra y cada acción deben estar imbuidas de su espíritu sacerdotal y de su misión de salvar almas.
121 Apología II, VI, 5-6.
122 Diálogo con Trifón 85, 2; PL 1.473.
123 Gemma Andrea, Io, vescovo esorcista, Ed. Mondadori, Milán, 2002, p. 154.
El sacerdote no puede ser solamente un promotor social. Debe ser un hombre de Dios y llevar a los hombres a Dios. La hermana Briege McKenna dice: Conozco a un sacerdote que viajó a Sudamérica para ayudar a los pobres. Tenía un gran entusiasmo, disponía de medios materiales… Cuando llegó, comenzó a construir clínicas y escuelas. Después de diez años, se dio cuenta de que muchos de sus parroquianos acudían a una misión evangélica. Se habían cambiado de religión. Un día, se quejó a uno de los ancianos, un hombre fiel, que siempre estaba en la iglesia ayudando al sacerdote. El anciano lo miró con lágrimas y le dijo: “Padre, no quiero lastimarlo. Usted nos trajo un montón de cosas buenas. Ha trabajado muy duro, pero no nos ha traído a Jesús y nosotros necesitamos a Jesús”.
El sacerdote se sintió avergonzado y dijo: “Estaba muy ocupado y casi no celebraba misa. No tenía tiempo. Para mí era muy importante alimentar a esas personas que tenían hambre”. Pero Nuestro Señor le mostró que esas personas querían algo más que cosas materiales… Para él las cosas materiales eran importantes, pero un sacerdote no puede convertirse en un trabajador social ni en un político. Él no puede depender de recursos humanos, él debe depender de Jesucristo. Por eso, cuando desapareció su ceguera espiritual, me dijo: “Yo había perdido la fe. Me enojaba de que los pobres fueran explotados y no veía nada más”.
Este sacerdote regresó a Sudamérica como un hombre cambiado después de un retiro en su patria 124.
Comprendió que su principal misión como sacerdote era amar a Jesús y llevar a Jesús, presente en la Eucaristía, a los demás. Y sintió la necesidad de orar y de ser santo para ser un fiel instrumento de Jesús.
EN CAMINO A LA SANTIDAD
El mundo actual reclama sacerdotes santos. Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez más secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así, el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres, sobre todo los jóvenes, esperan un guía así ¡El sacerdote puede ser guía y maestro en la medida en que es un testigo auténtico!
125.
124 McKenna Briege, Los milagros sí ocurren, Ed. Asociación internacional de María Reina de la paz, 1999, pp. 132-134.
125 Juan Pablo II, Don y misterio 9.
Por todo ello, es tan importante la oración en la vida del sacerdote. La oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración. Debe estar convencido de que el mejor tiempo empleado es el tiempo dedicado a la oración. Si todos estamos llamados a la santidad, ¡con cuánta más razón el sacerdote!
¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final! Sabed ver en él aquel tesoro evangélico por el cual vale la pena darlo todo 126.
De aquí que sea tan importante recordar y celebrar cada año el día de la ordenación sacerdotal. Así lo hacía el santo Padre Pío de Pietrelcina, que escribía:
Mi pensamiento vuela al día de mi ordenación. Mañana, fiesta de san Lorenzo, es, precisamente, el día de mi fiesta. Ya he comenzado a probar de nuevo el gozo de aquel día santo. Desde esta mañana, he comenzado a gustar el paraíso. Voy comparando la paz que sentí aquel día con la paz que comienzo a sentir desde la víspera de este día y no encuentro nada diferente. El día de san Lorenzo fue el día en que mi corazón estuvo más encendido de amor a Jesús. ¡Qué feliz fui aquel día de mi ordenación! 127.
El Papa Benedicto XVI dice sobre aquel día: La ordenación sacerdotal la recibimos en la catedral de Frisinga de manos del cardenal Faulhaber en la fiesta de los santos Pedro y Pablo del año 1951. Éramos más de cuarenta candidatos. Era un espléndido día de verano que permanece inolvidable, como el momento más importante de mi vida. No se debe ser supersticioso, pero en el momento en que el anciano arzobispo impuso sus manos sobre las mías, un pajarillo, tal vez una alondra, se elevó del altar mayor de la catedral y entonó un breve canto gozoso; para mí fue como si una voz de lo alto me dijese: Va bien así, estás en el camino justo 128.
LA BENDICIÓN SACERDOTAL
No faltan quienes la consideran algo anticuado y supersticioso, no quieren saber nada de agua bendita o de imágenes o cosas benditas. Pero la bendición del sacerdote es la bendición de Cristo y de la Iglesia, a través de él. Incluso los laicos también pueden bendecir, sobre todo los padres a sus hijos, en virtud de su sacerdocio común (Vat II SC 79; canon 1168).
Decía Jesús a Teresa Neumann: La bendición sacerdotal es poco apreciada en la Iglesia, pero he dado un poder sin límites a mi bendición, que proviene de mi
126 Ib. p. 10.
127 Epistolario I, 297.
128 Ratzinger Joseph, Mi vida, Ed. Encuentro, Madrid, 2005, p. 92.
amor infinito. La eficacia de mi bendición es más grande cuanto más grande es la fe de quien la da y de quien la recibe. La bendición sacerdotal es como un rocío celestial para el alma. A través de la bendición, he dado a mis sacerdotes el poder de abrir los tesoros de mi divino Corazón. Cuando el sacerdote bendice, yo bendigo.
Por medio de la bendición, doy fuerza para luchar contra el poder del maligno y doy poder para hacer el bien. A menudo, parece que las bendiciones no dan ningún fruto, pero su influencia espiritual es maravillosa. Mi bendición produce en el alma efectos desconocidos. Por eso, debes recibirla con la intención de ser mejor y así tú también serás una bendición para los demás. Cada vez que recibes la bendición sacerdotal, estás más unida a Mí y quedas más protegida en mi Sagrado Corazón… Tanto si se bendice a un niño como si se bendice a todo el mundo, mi bendición es mucho más grande que el mundo entero. Yo soy el que bendigo a través del sacerdote; por eso, recibe la bendición con fe y devoción 129.
En una oportunidad, cuando el Papa Juan Pablo II estaba en Los Ángeles ante un gran auditorio, alguien le gritó: God bless you, Holy Father (Dios lo bendiga, Santo Padre). Y él respondió: Gracias por tu bendición, ustedes laicos deben bendecirnos a nosotros y no esperar que sólo nosotros lo hagamos por ustedes.
Decía la beata Ana Catalina Emmerick que el poder de la bendición sacerdotal penetra hasta el purgatorio, y consuela, como rocío del cielo, a las almas, a quienes con fe firme bendice el sacerdote. Ella, como otros santos, tenía el don de la hierognosis (conocimiento de lo sagrado) y podía distinguir claramente los objetos benditos de los que no lo eran.
La bendición sacerdotal es oración, que nos obtiene muchos beneficios, es fuerza contra las tentaciones, es protección contra el Maligno, es luz y vida para el alma. Es bueno darse la bendición uno mismo y bendecir, incluso a distancia, a los seres queridos, a los enfermos y necesitados etc. Muchas veces, mis fieles, con su fe sencilla, me piden la bendición. A mí me agrada bendecirlos, especialmente a los niños. Me gusta bendecir las medicinas de los enfermos y, con frecuencia, les digo a cada uno: QUE EL SEÑOR TE BENDIGA.
GRANDEZA DEL SACERDOTE
129 Palabras de Jesús a Teresa Neumann, gran mística y estigmatizada alemana. Ver revista El amor misericordioso, Barcelona, Nº 42 de setiembre 2005.
¡Cuán grande es el sacerdote! Decía san Manuel González: Por la consagración sacerdotal el sacerdote ha dejado místicamente de ser un hombre para ser Jesús. Las apariencias son del hombre, la sustancia es de Jesús. Tiene lengua, ojos, manos, pies, corazón como los demás hombres; pero, desde que ha sido consagrado, todo su cuerpo no es del hombre, sino de Jesús. Sus ojos son para mirar y compadecer y atraer al modo de Jesús, que ha querido quedar oculto en el sagrario. Sus manos son para dar bendiciones a los hijos, direcciones a los caminantes, apoyo a los débiles, pan a los hambrientos, abrigo a los desnudos, medicina a los enfermos en nombre de Jesús…
Sus pies son para ir siempre en seguimiento de sus ovejas fieles o en busca de las descarriadas. Su cabeza para pensar en Jesús, conocerlo más y darlo a conocer y para tener, como Él, una corona de espinas. Su corazón es para amar, perdonar, agradecer y enamorarse de Jesús, abandonado en el sagrario. Su lengua es para hacer del pan y el vino, el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Meditemos en estas palabras de Hugo Wast: Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel, Gabriel o Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer, pueden hacer lo que hace un sacerdote… Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del Universo y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, y que este portento puede repetirlo cada día el sacerdote… cuando se piensa que un sacerdote, cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey y que no es ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo, que está repitiendo el mayor milagro de Dios… Entonces, uno puede entender que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a Él.
Cuando se piensa en todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales. Uno comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase una vocación sacerdotal… Uno comprende que es más necesario un Seminario que una iglesia y más que una escuela y más que un hospital… Entonces, se llega a comprender que dar para costear los estudios de un joven seminarista es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que, durante media hora, cada día, será mucho más que todos los santos del cielo; será Cristo mismo, ofreciendo su Cuerpo y su Sangre por la salvación del mundo.
Es por esto que es un gran pecado impedir o desalentar una vocación sacerdotal y que, si un padre o una madre obstruyen la vocación de su hijo, es como si le hicieran renunciar a un título de nobleza incomparable.
San Juan Pablo II decía: Queridos hermanos, pensad en los lugares, donde esperan con ansia al sacerdote y donde, desde hace años, sintiendo su ausencia, no cesan de desear su presencia. Y sucede, alguna vez, que se reúnen en un santuario abandonado y ponen sobre el altar la estola, aún conservada, y recitan todas las oraciones de la liturgia eucarística; y he aquí que, en el momento que corresponde a la transustanciación, desciende en medio de ellos un profundo silencio, alguna vez interrumpido por el sollozo. ¡Con tanto ardor desean escuchar las palabras, que sólo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente!
¡Tan vivamente desean la comunión eucarística de la que únicamente en virtud del ministerio sacerdotal pueden participar, como esperan también ansiosamente oír las palabras divinas del perdón: ¡Yo te absuelvo de tus pecados! ¡Tan profundamente sienten la ausencia de un sacerdote en medio de ellos! Estos lugares no faltan en el mundo. Si, en consecuencia, alguno de vosotros duda del sentido de su sacerdocio, si piensa que ello es socialmente infructuoso o inútil, medite en esto 130.
Un misionero contaba que, estando en un lugar del extremo norte del Canadá, en una época de epidemia mortal, lo llamaron de una aldea lejana para que fuera a ayudar a los moribundos. Él tenía que atender primero a los que morían en su propia aldea parroquial; pero, cuando la epidemia calmó, se dirigió sin tardanza hacia aquella lejana aldea. Al llegar, encontró que le esperaban con once cadáveres, que estaban congelados, pues la temperatura era en ese momento de 50 grados bajo cero. Cada uno de ellos, tenía en la mano un papel, que había escrito antes de morir. En el sobre decía: Sólo el sacerdote podrá leer este escrito. ¿Qué escribían? Sus pecados. Al acercarse la muerte, tuvieron la esperanza de que el sacerdote los perdonaría y escribieron sus pecados para que, aun después de muertos, fueran perdonados por el sacerdote. Y casi todos terminaban diciendo: Padre mío, te ruego que celebres una misa por mi alma.
Entonces, el sacerdote pensó: Hacen falta más sacerdotes para que nadie pueda morir sin los últimos sacramentos 131.
Porque un sacerdote es:
- Una parroquia que no muere
- Una iglesia que no hay que cerrar.
- Un sagrario, donde siempre está Jesús esperándonos.
130 Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes el Jueves Santo de 1979, Nº 10
131 Tomado de la revista Selecciones misioneras, de Turín, abril de 1961, firmado por el padre Hermann Fischer.
- Una misa celebrada cada día durante 40, 50 o más años.
- Un sinnúmero de niños bautizados y de jóvenes y adultos instruidos en la fe.
- Un gran número de enfermos visitados, consolados y santificados.
- Una muchedumbre de pecadores convertidos.
- Un ejército de almas salvadas del vicio y de las malas costumbres y un rebaño inmenso de moribundos conducidos a la paz de Dios.
Digamos con Juan Pablo II a los sacerdotes: ¡Amad vuestro sacerdocio!
¡Sed fieles hasta el final! 132. Repetid las palabras de la consagración cada día, como si fuera la primera vez. Que jamás sean pronunciadas por rutina. Estas palabras expresan la más plena realización de nuestro sacerdocio 133. Por mi parte, puedo decir que, si mil veces naciera, mil veces me haría sacerdote. Quiero celebrar la misa de cada día, como si fuera la última como si fuera la única misa de mi vida. Muchas veces, después de haber celebrado la misa, he sentido una alegría y una paz profunda, me he sentido realizado como hombre y feliz de ser sacerdote y he dicho: GRACIAS SEÑOR, POR SER SACERDOTE.
ORACIÓN DEL LAICO
Señor, quiero agradecerte en este día por los sacerdotes y pedirte que envíes a la Iglesia muchos y santos sacerdotes. Escoge entre mi familia algunos que puedan seguirte a tiempo completo y sin condiciones en el sacerdocio. Te pido que los defiendas de los peligros y tentaciones que los acechan, que los protejas de todo mal y de todo poder del maligno. Bendice a nuestros sacerdotes. Si ellos hubieran preferido una mujer y unos hijos, ahora estaríamos abandonados y no tendríamos la Eucaristía.
Gracias, Señor, por haberles dado el valor de seguirte hasta el sacrificio. Dame la gracia de comprenderlos, de perdonarlos, cuando caigan, de ayudarlos con mis oraciones y mi amistad. Sé que no son perfectos, pero si todos fueran perfectos, ¿podrían entender mis debilidades? Ellos son hijos de nuestra tierra, con todas las limitaciones humanas, pero con todos los poderes del cielo.
132 Don y misterio 10
133 Carta del Jueves Santo 1997.
Bendícelos, Señor, para que todos los días nos traigan el pan del cielo de la comunión y podamos encontrar en ellos unos padres comprensivos y amables, que nos aconsejen y nos guíen por el camino del bien.
Señor, a veces, es fácil criticarlos. Me olvido que deben acompañarnos, aunque se sientan solos; que deben consolarnos, aunque estén tristes. Señor, enséñame a comprender a nuestros sacerdotes, enséñame a amarlos y a ayudarlos en sus penas y dificultades, y haz que encuentren muchos imitadores tuyos entre nosotros. Amén.
DIGNIDAD DEL SACERDOTE
1. San Francisco de Asís (1182-1226)
Quería que se tuvieran en mucha veneración las manos del sacerdote. Decía con frecuencia: “Si me sucediere encontrarme al mismo tiempo con algún santo que viene del cielo y con un sacerdote pobrecillo, me adelantaría a presentar mis respetos al presbítero y correría a besarle las manos, y diría: ¡Oye, san Lorenzo, espera!, porque las manos de éste tocan al Verbo de vida y poseen algo que está por encima de lo humano” 134.
Esteban de Borbón escribe: Tengo oído referir que, entrando el bienaventurado Francisco en una villa de Lombardía —tenía fama de santidad por aquellas tierras—, un hereje, que le suponía hombre simple, quiso valerse de él para confirmar su secta y afirmar a sus seguidores en ella. Viendo que se acercaba un sacerdote, dijo ante los presentes: “Mira, buen hombre: ¿qué dices de este que administra la parroquia de esta villa y vive con una concubina y es de todos conocidos?”. Percatándose el santo de la malicia del hereje, le dijo: “Este de quien decís tales cosas, ¿es el sacerdote de esta villa?”. Al responderle el hereje: “Lo es”. El santo se puso de rodillas en el barro y, besando las manos del sacerdote, dijo: “Estas manos han tocado a mi Señor; sean como fueren. En honor del Señor, honro al ministro ”. Los herejes quedaron confundidos 135.
San Francisco decía: Debemos visitar con frecuencia las iglesias y venerar y reverenciar a los clérigos, no tanto por ellos mismos en el caso de que sean pecadores, cuanto por su oficio y por la administración del santísimo cuerpo y sangre de Cristo 136. Os aconsejo firmemente que recibáis benignamente en santa
134 Se refiere a la vida segunda de San Francisco escrita por Tomás de Celano, 201.
135 Esteban de Borbón (+1261), Anecdotes historiques, París, 1877, p. 264.
136 Cartas de san Francisco 33.
conmemoración suya el cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo
137.
2. San Manuel González García (1877-1840)
Decía a los sacerdotes: Cuánto debe gozar el corazón del sacerdote en vivir sólo para dar a Jesús y darse con Él a las almas. Por la consagración sacerdotal, el sacerdote ha dejado místicamente de ser un hombre para empezar a ser Jesús. Una especie de transustanciación se ha operado en él: las apariencias son del hombre, la sustancia es de Jesús. Tiene lengua, ojos, manos, pies, corazón como los demás hombres; pero, desde que ha sido consagrado, todos esos órganos e instrumentos no son del hombre sino de Jesús 138.
3. San Juan María Vianney (1786-1859)
El cura de Ars comprendió como pocos la grandeza y dignidad sacerdote. Decía: El sacramento del Orden es un sacramento que eleva al hombre hasta Dios.
¿Qué es un sacerdote? Un hombre que tiene el lugar de Dios. Un hombre que está revestido de los poderes de Dios… Cuando el sacerdote perdona los pecados, no dice “Dios te perdone”, sino, “Yo te absuelvo”. En la consagración de la misa no dice “Esto es el Cuerpo de Nuestro Señor”, sino “Esto es mi Cuerpo” 139.
Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido nuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación terrena? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Cristo? El sacerdote. Siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir (a causa del pecado), ¿quién la resucitará (por la confesión) y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote. No podrán recordar ningún beneficio de Dios sin encontrar al costado de este recuerdo la imagen del sacerdote. Vayan a confesarse con la santa Virgen o con un ángel. ¿Los absolverán? No. ¿Les darán el cuerpo y la sangre del Señor? No. La Virgen María no puede hacer descender a su divino Hijo a la hostia. Aunque hubiera doscientos ángeles,
137 Carta a las autoridades de los pueblos 6.
138 Campos Giles José, El obispo del sagrario abandonado, Ed. El granito de Arena, Madrid, 1983, p. 192.
139 Monnin Alfred, Esprit du curé d’Ars, Ed. Tequi, Paris, 1975, p. 84.
no les podrían absolver. Un sacerdote sí puede. Él puede decir (en nombre de Dios): “Vete en paz, yo te perdono” 140.
El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo. Él es quien abre la puerta, es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán hasta las bestias 141.
Por eso, cuando se quiere destruir la religión, se comienza por atacar al sacerdote, porque allí donde no hay sacerdote, no hay sacrificio (misa) y deja de existir la religión 142.
Dios obedece al sacerdote. Él dice dos palabras y Nuestro Señor desciende del cielo a su voz y se encierra en una pequeña hostia. Dios dirige sus miradas al altar y dice: “Ahí está mi Hijo amado en quien tengo puestas todas mis complacencias”. Él no puede negar nada por los méritos de esta víctima divina. Si tuviéramos fe, veríamos a Dios oculto en el sacerdote como una luz detrás de un vaso o como al vino mezclado con agua. Después de la consagración, cuando yo tengo entre mis manos al santísimo Cuerpo de Nuestro Señor y cuando yo estoy en mis horas de desánimo, viéndome sólo digno del infierno, me digo: “Si al menos yo lo pudiera llevar conmigo al infierno, el infierno sería muy dulce junto a Él, pero entonces no sería infierno. Las llamas del amor apagarían las llamas de su justica 143.
Si los sacerdotes estuvieran convencidos de la grandeza de su ministerio, no podrían vivir 144. El sacerdote, por sus poderes, es más grande que un ángel145. Si yo encontrara un sacerdote y un ángel, yo saludaría al sacerdote antes que al ángel. El ángel es amigo de Dios, pero el sacerdote ocupa su lugar146.
Cuando celebro la misa y tengo al Señor en mis manos, ¿qué me puede negar?147. No hay momento en el que Dios nos dé la gracia más abundantemente que durante la misa 148. No hay nada más grande que la misa 149. El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús 150. Un buen pastor (sacerdote) según el Corazón de
140 Monnin Alfred, o.c., p. 85.
141 Nodet Bernard, La vie du curé d’Ars, Ed. Xavier Mappus, Lión, 1958, pp. 98-101.
142 Monnin Alfred, o.c., p. 86.
143 Monnin Alfred, o.c., p. 89.
144 Juan Pertinand, Proceso ordinario, p. 360.
145 Nodet Bernard, o.c., p. 100.
146 Ibídem.
147 Nodet, o.c., p. 109.
148 Nodet Bernard, o.c., p. 110.
149 Nodet Bernard, o.c., p. 111.
150 Monnin Alfred, o.c., p. 88.
Dios es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de su misericordia divina 151.
Por eso, ¡qué desgraciado es el sacerdote que no tiene vida interior! Le hace falta silencio, tranquilidad y retiro. Es en la soledad donde habla Dios. ¡Es tremendo ser sacerdote! ¡Qué responsabilidad! 152. El sacerdocio es una carga tan pesada que, si no tuviera el consuelo y la felicidad de celebrar la santa misa, no lo podría soportar 153. ¡Cómo son de compadecer los sacerdotes que tienen la casa parroquial adornada y amueblada como un palacio mientras que la iglesia es pobre! 154.
Peor aún, ¡qué desgraciado es el sacerdote que no celebra la misa en estado de gracia! ¡Qué monstruo! No se puede comprender tanta malicia 155. La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la misa. Dios mío, ¡qué pena da el sacerdote que celebra la misa como si estuviera haciendo una cosa ordinaria! 156.
Exclamaba: ¡Cómo aprovecha al sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio cada mañana! 157. Y repetía: Dios mío, te amo y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida158. Por eso, le dijo a su obispo con toda claridad: Si quiere convertir su diócesis, es necesario que todos los sacerdotes sean santos159.
4. Padre Reus
Anota: El 30 de junio de 1939 sentí a las tres divinas personas, que estaban en el altar, y yo entre ellas. Esto es una demostración de la gran dignidad del sacerdote, que tiene acceso al Santísimo de los cielos en el altar, al cual baja la Santísima Trinidad 160.
El 3 de julio de 1939, en el momento en que llevé mis labios al cáliz para beber la sangre de Jesús, estaba presente el Salvador. Su santísima sangre era sangre viva y yo la bebí de la llaga de su costado… Feliz el sacerdote que bebe dignamente del Sagrado Corazón de Jesús, pues beberá eternamente lo mismo161.
151 Nodet Bernard, o.c., p. 101.
152 Trochu Francis, El cura de Ars, cuarta edición, Ed. Palabra, Madrid, 1986, p. 270.
153 Nodet Bernard, o.c., p. 104.
154 Nodet Bernard, o.c., p. 102.
155 Monnin Alfred, Le curé d’Ars, 1861, tomo II, p. 527; P.O., p. 1123.
156 Nodet Bernard, o.c., p. 108.
157 Padre Tailhades, P.O., p. 1510.
158 Nodet Bernard, o.c., p. 44.
159 Monnin Alfred, o.c., tomo II, p. 270.
160 A 2695.
161 A 2698.
El 9 de julio escribió: Ayer tuve la duda de si lo que había escrito era solo para mí o también para los demás sacerdotes. Hoy el Sagrado Corazón de Jesús me respondió. Estaba celebrando la misa el padre N. en la iglesia catedral y lo vi con el cáliz en llamas, que se juntaban en una sola llama que era abrazada por el amado Padre celestial. Era una visión idéntica a la que tuve el día 15 de marzo de 1938. Por tanto, es justificada la opinión de que tales visiones son válidas para cualquier sacerdote en general 162.
El 13 de febrero de 1941 vio aparecer encima de él con gran brillo, durante la misa, al Espíritu Santo, en forma de paloma, que le dijo: La dignidad sacerdotal es una obra principal del Espíritu Santo. El Criador en persona sometido a las órdenes de la criatura desciende de su trono al altar.
El 31 de marzo de 1941 nos dice: Considerando que los ángeles presentan a la divina Majestad todas las oraciones de sus protegidos ¡con qué alegría y reverencia deberán estar en torno al altar los sacerdotes para obtener del Sagrado Corazón una abundancia de gracias en favor de la Iglesia! Y cuán grande debe ser la pureza del sacerdote que excede en dignidad a los ángeles, pues lo que no es concedido a ningún ángel, a saber, traer al altar la majestad divina, se le concede al sacerdote 163.
El 24 de julio de 1941 apenas subí al altar para celebrar la misa, vi dos ángeles que ponían una corona sobre mi cabeza. Eso se repitió varias veces en la misa delante de la Santísima Trinidad. Eso debe significar la gran dignidad que tiene el sacerdote, especialmente durante la misa, cuando él cumple su sublime función unido al Eterno y Sumo Sacerdote, Cristo Jesús 164.
Otra prueba palpable de la identificación del sacerdote con Cristo es la presencia visible de la Virgen. Dice el 2 de abril de 1942: Después de la consagración, estaba de rodillas delante del Señor que me abrazaba. A un lado estaba la Virgen, que ponía las manos sobre mis hombros, teniendo una mantilla suspendida sobre mí. Esta visión duró toda la misa. La cariñosa madre recomendaba a nuestro Señor al sacerdote para una unión más estrecha con el divino Corazón.
El 8 de mayo de 1943, en el momento en que iba a celebrar la misa, me acompañó el arcángel san Miguel, estando a mi izquierda, y allí estuvo durante toda la misa, mientras una multitud de ángeles estaba presente en dos filas que llegaban hasta el trono de Dios… El sacerdote en medio de los ángeles está
162 A 2705.
163 A 222.
164 A 3517.
revestido de mayor poder, porque desciende hasta él el amantísimo Señor de los ángeles 165.
Un día, terminada la misa y la acción de gracias, dejé la capilla sin sospechar nada. Al llegar al gran corredor, observé que se hallaba ocupado por ángeles que a derecha e izquierda formaban filas para que pudiese pasar. El Señor me hizo conocer su voluntad de que relatase esto para probarnos cuán grande honor concede al sacerdote al punto que los mismos ángeles le muestran su aprecio declarándose dispuestos a mostrarlo por obra 166.
Refiere: El 6 de julio de 1942, después de la consagración, vi nacer de mi corazón un lirio que se abrió. Al mismo tiempo percibí a la Santísima Trinidad que comenzaba entrar en ese lirio. Es ciertamente la pureza de corazón la que tanto agrada a la Santísima Trinidad, especialmente la pureza del sacerdote. Después de la comunión, vi de nuevo salir el lirio de mi corazón, pero dentro de él ardía una llama de amor 167.
El 7 de septiembre de 1942, cuando estaba con la hostia en la mano para la consagración, la vi envuelta en un lirio. Del cáliz descubierto salió un lirio. También la pequeña hostia, que distribuía a los fieles en la comunión, la vi rodeada por un lirio y una aureola de luz. El Señor exige pureza al sacerdote y él da esa pureza en la comunión 168.
El 10 de julio de 1943, en su 75 aniversario de ordenación sacerdotal dice: Vi aparecer sobre mí al Espíritu Santo teniendo un lirio destinado a mí. Las otras dos divinas personas estaban situadas más en alto. Poco más tarde vinieron muchos ángeles, con lirios en las manos. El Espíritu Santo es el espíritu de pureza y también exige esa pureza al sacerdote. El sacrificio de la misa es una oblación pura y santa y requiere sacerdotes puros como los lirios, a ejemplo de Jesús 169.
El 20 de julio de 1943, después de decir: “Señor no soy digno”, iba a comulgar y tomé la hostia en la mano. La vi en forma de lirio. De pronto apareció el Niño Jesús en medio del lirio de la hostia 170.
El 13 de septiembre de 1944, sobre el altar, noté un gran lirio. Reapareció de nuevo este gran lirio después de la consagración y esta vez en presencia de la Trinidad. Muchos ángeles, todos llevando lirios, rodeaban el altar. Por fin
165 A 332.
166 A 232.
167 A 3907.
168 A 3980.
169 A 342.
170 A 4316.
apareció la Virgen María con un lirio. Es una imagen de que Jesús en la misa se ofrece como hostia inmaculada y que hace notar al sacerdote en el altar que debe unirse a él en ofrenda inmaculada 171.
La gran dignidad del sacerdote era inculcada intensamente por la presencia perceptible de los ángeles y santos a la hora de la misa. A la hora del Gloria, una multitud de ángeles lo rezaba conmigo. Lo mismo al padrenuestro. Feliz debe ser el sacerdote, porque los ángeles le hacen compañía en la celebración de la misa 172.
SACERDOTES EJEMPLARES
Dice el Papa Pablo VI en su libro Sacerdocio católico: Durante la primera guerra mundial, en una población de Bélgica, por una acción cometida contra las tropas alemanas de ocupación, el comandante dio orden a la población de entregar al culpable. Pero el culpable no quiso presentarse. Entonces, los alemanes tomaron a algunos del pueblo como rehenes, amenazándolos con matarlos si no presentaban al culpable. Faltaban pocos minutos para expirar el plazo, cuando el humilde párroco del pueblo, anciano y tímido, se acercó y presentándose al comandante le dijo: “He sido yo”. Él quería asumir las responsabilidades y las penas que quería evitar a su pueblo173.
A Karl Leisner, Dios sólo le concedió ser sacerdote para celebrar una santa misa. Había sido ordenado diácono el 25 de marzo de 1939 y, en pocos meses, debía recibir el sacerdocio; pero una repentina tuberculosis le obligó a permanecer en St. Blasien en la Selva Negra alemana. Allí fue detenido el 8 de noviembre de 1939 por la temible Gestapo, a causa de un comentario hecho en relación a Hitler. Lo internaron en la cárcel de Friburgo, después lo llevaron al campo de concentración de Sachsenhausen y en 1940 al de Dachau. La mala alimentación y los trabajos forzados hicieron avanzar su enfermedad y tuvo que ser internado en la enfermería. Allí se aferró al amor de María y a Jesús Eucaristía, que llevaba siempre consigo, lo escondía debajo de su almohada y lo repartía en comunión a los moribundos.
El 17 de diciembre de 1944, el obispo francés Gabriel Piguet lo ordenó sacerdote en la barraca 26, estando presentes los 300 sacerdotes que estaban allí también prisioneros. El día 26, Karl pudo celebrar su primera y última misa, porque estaba muy grave. El 4 de mayo fue puesto en libertad, pero estaba tan mal que
171 A 404.
172 3 de septiembre de 1939.
173 Montini Giovanni Battista, Sacerdocio católico, Ed. Sígueme, Salamanca, 1966, pp. 92-93.
tuvo que ser inmediatamente internado en un sanatorio antituberculoso en Planegg, cerca de Múnich. Falleció el 12 de agosto. Sus restos mortales reposan en la cripta de la catedral de Xanten. El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 23 de junio de 1996 y lo declaró modelo de la juventud europea el 8-X-1988.
¿Valió la pena ser sacerdote para celebrar una sola santa misa? Por supuesto.
¿Por qué Dios se lo llevó, cuando hacen falta tantos sacerdotes? Dios tiene sus misterios. Pero supo ser sacerdote y entregar su vida y sus dolores hasta el último momento como hostia viva. Ahora, desde el cielo, sigue ejerciendo su sacerdocio e intercediendo por la salvación de todo el mundo.
Padre Giovanni Salerno
Es un gran misionero italiano, que va por los caminos de las altas cordilleras de los Andes del sur del Perú, llevando consuelo y amor a los pobres y a los enfermos como médico y como sacerdote. También lleva ayuda a los presos de las cárceles. Sobre esto nos dice:
Un día me fui a visitar la cárcel del Cuzco, donde estaban encerrados muchos peligrosos terroristas de Sendero Luminoso. Cuando me vieron, comenzaron a reírse, mofándose de mí. No me desanimé. Poco a poco, empecé a pedir al director que viera la manera de darles algo más de aire libre y de sol, permitiéndoles salir de sus celdas, al menos, media hora cada día… Poco a poco, logramos transformar el patio en un taller con máquinas para fabricar zapatos, máquinas de coser, máquinas para tejer, máquinas para trabajos de carpintería e instrumentos para trabajos en cerámica. Todos aprendieron un oficio.
¡Qué bonito era, entonces, cuando íbamos a visitarlos! Nos decían que ganaban más en la cárcel que estando fuera. Eran jóvenes universitarios, maestros, arquitectos, abogados, etc. Algunos de ellos, al salir de la cárcel, viajaron al exterior para ejercer allí el oficio aprendido. Cada vez que los veía, me causaban una gran alegría, porque un preso, cuando trabaja, mejora su vida… Jamás olvidaré las lágrimas de uno de ellos que, encerrado en su celda, me decía: Esto (que hacen ustedes) hubiese querido hacerlo yo por los pobres. Pero, lamentablemente, demasiado tarde los he conocido. Cuando salían de la cárcel, venían a agradecernos el haberlos ayudado como a hermanos… De esta manera, cada semana, si yo no podía, otro sacerdote iba a visitarlos para hacerles rezar y para celebrar la misa en el patio de la cárcel. Muchos también se confesaron. Cada vez que los visitábamos, se rezaba el rosario. Ellos mismos habían conseguido que se colocara en su pabellón una especie de glorieta con la estatua de la Virgen de Fátima. Pero no todos se acercaban a nosotros… Hasta que un día procuré que escucharan un casete de la Virgen de Fátima, traído precisamente
desde su santuario de Portugal: no hablaba tan sólo de las apariciones, sino también del marxismo y del comunismo. Apenas escucharon ese discurso, se acercaron y se unieron a los demás en el rezo del rosario. Me sorprendió y alegró muchísimo el efecto que tuvo aquel casete, porque mi temor inicial había sido que su reacción fuese completamente lo contrario. En los momentos difíciles, el confiar en la protección de la Virgen María, nos permite penetrar en el corazón de los demás 174.
Él nos dice: No logro comprender al sacerdote que deja de celebrar la santa misa, aunque sea un solo día. Ese día será para él un día sin sol. En mis viajes por toda Europa y por América del Norte y del Sur, Dios me ha hecho la gracia de no dejar jamás ni un solo día la celebración de la misa, que constituye para mí la única fuente de energía y me hace sentir siempre joven. La santa misa es como el sol de mi vida. Cuando no pueda ya celebrarla, querrá decir que mi tiempo sobre esta tierra ha terminado 175.
Cardenal Kazimierz Swiatek
Fue ordenado sacerdote en 1939 en Pinsk (Bielorusia) y fue arrestado en 1941. Lo condenaron a 10 años de prisión, dos de los cuales los pasó en el campo de concentración de Marinsk, siete años en las minas de Vorkuta, cerca del círculo polar ártico, y luego en Siberia. Fue liberado en 1954 y fue párroco de Pinsk hasta 1991, cuando fue nombrado arzobispo de Minsk. En 1994, el Papa Juan Pablo II lo nombró cardenal.
Dice: Celebraba la misa a escondidas, cuando podía. Como cáliz usaba un vaso de cerámica y llevaba la comunión a los católicos en una cajita de fósforos. Durante diez años, permanecí aislado completamente de la realidad del mundo. En 1954 al ser liberado, me dirigí a Pinsk. Ingresé a la catedral donde en 1939 fui ordenado sacerdote. Era domingo. Me quedé en silencio observando. Una de las mujeres presentes inició las oraciones: Era una especie de misa sin sacerdote. Yo lloré de emoción al ver la fe de aquellas mujeres que llevaban seis años sin sacerdote, desde que el último había sido arrestado y condenado a 25 años de prisión. Yo les dije que era sacerdote y comenzamos los trámites para pedir permiso para poder celebrarles la misa. La policía me vigilaba, pero pude obtener el permiso y ser un párroco hasta 1991.
174 Salerno Giovanni, Misión andina con Dios, Ed. Edibesa, Madrid, 2002, pp. 97-99.
175 Ib. p. 131.
En aquellos años, fueron especialmente las abuelas las que conservaron la fe. Son figuras heróicas a las que había que levantar un monumento. En 1991, al nombrarme arzobispo, comencé a recorrer el inmenso territorio de Bielorusia, recorriendo hasta mil kilómetros por día, para visitar a mis fieles. Un día encontré en un parroquia a un joven sacerdote polaco, que había venido de su país para trabajar entre nosotros. La iglesia era un edificio semidestruido, sin techo ni puertas. Me esperaba un grupo de mujeres. Era la primera vez que encontraban un obispo católico. Luego pregunté al joven sacerdote cuál fue el motivo para venir a trabajar en aquel sitio tan desolado. Padre, me contestó, yo pertenezco a la categoría de los locos por Dios. Y lo fue. En poco tiempo consiguió reconstruir tres iglesias.
Agradezco a Dios la gracia de haber podido sobrevivir a los largos años de persecución. Y quiero ser también de los locos que lo dan todo por Dios.
Monseñor Kazimierz Majdanski
Fue arrestado por los nazis, cuando era alumno del Seminario de Wloclawek, el 7 de noviembre de 1939, junto con otros alumnos y profesores, y encerrado en el campo de concentración de Sachsenhausen, y en Dachau después. En Dachau fue sometido a criminales experimentos seudocientíficos.
En una entrevista concedida a la agencia de noticias Zenit dice: En Dachau había un tal profesor Schilling, que hacía seudoexperimentos científicos. Experimentaba con los prisioneros la reacción del hombre a las diferentes sustancias que nos inyectaban.
Antes de que me sometieran a semejantes experimentos, le pedí a mi profesor del Seminario que informara a mis padres de mi muerte y le dejé todo mi tesoro: dos rebanadas de pan duro. Pero pude sobrevivir por un auténtico milagro. Por desgracia, el padre Jozef Kocot, mi compañero de habitación y profesor de filosofía en el Seminario, murió en silencio, sufriendo de manera inenarrable.
Nuestros verdugos alemanes blasfemaban contra Dios, denigraban a la Iglesia y nos llamaban “perros de Roma”. Nos querían obligar a ultrajar la cruz y el rosario. Para ellos, no éramos más que números que había que eliminar.
Echábamos, entonces, mucho de menos la Eucaristía. Allí hubo casos heróicos. El padre Frelichowski, cuando estalló la epidemia de tifus, se ofreció como voluntario para servir a los enfermos. Murió dando la vida por los demás como san Maximiliano Kolbe.
Murieron la mitad de los sacerdotes polacos encerrados en Dachau. Vi cómo morían muchos de manera heróica. Algunos hubieran podido salvarse, pues las autoridades ofrecían a los sacerdotes polacos la posibilidad de un trato especial, a condición de que declararan que pertenecían a la nación alemana. Pero ninguno aceptó. Al padre Dominik Jedrzejewski le ofrecieron la libertad, si renunciaba a sus funciones sacerdotales, pero él no quiso y murió.
El martirio del clero polaco, durante el infierno nazi, es una página gloriosa de la Iglesia y de Polonia, a pesar de que se ha querido mantenerla en el silencio. Murieron 2.000 sacerdotes y 5 obispos 176.
Entre los obispos, que sufrieron atrocidades y cárceles de los regímenes nazis o comunistas de Europa durante la segunda guerra mundial, podemos enumerar a Luis Stepinac, arzobispo de Zagreb en Yugoslavia; Josyf Slipyj de Ucrania; Stefan Wyszynski de Polonia; Mindszenty de Hungría; Josef Beran y Frantise Tomásek de Checoslovaquia; Julijans Vaivods de Letonia; Alexandru Todea de Rumania y otros más.
Padre Ciszek
El padre Ciszek, norteamericano, fue voluntario de misionero a Rusia durante la segunda guerra mundial, pero lo tomaron prisionero y pasó cinco años preso en la famosa cárcel Lubianka de Moscú y otros diez en campos de trabajos forzados en Siberia, trabajando en las minas de carbón en medio de un frío extremo en invierno y con un hambre terrible. Pero pudo sobrevivir, a pesar de que, en varias ocasiones, tuvo gravísimos accidentes de trabajo o pudo salvarse de las revueltas de los campos, reprimidas sangrientamente por el ejército.
En su libro With God en Rusia, traducido al español como Espía del Vaticano, va narrando cómo confiaba siempre en la providencia de Dios para salvarse de las más difíciles situaciones y cómo rezaba todos los días el rosario, procurando hacer algunos momentos de oración. Dice: Durante los cinco años, que estuve en la Lubianka (prisión de Moscú), creció mi convicción de que todo lo que sucedía era voluntad de Dios y que Él me protegía 177.
176 www.zenit.org del 22-2-2005.
177 Ciszek Walter, Espía del Vaticano, Ed. Luis de Caralt, Barcelona, 1967, p. 135.
En el campo de trabajos forzados número 5, volví a celebrar la misa que no había podido celebrar desde los tiempos de Dubinka… Era en un taller, ante las mismas barbas del comandante. Disponía, entonces, de un pequeño cáliz y una patena de níquel, que había hecho uno de los presos; el vino era de uvas, que hurtaban de no sé dónde y el pan lo cocían especialmente algunos estonianos católicos, que trabajaban en la cocina… Era peligroso que asistiesen muchos por el peligro de llamar la atención; pero, a medida que corrió la voz, ya eran más los que deseaban asistir a la misa. Al cabo de cierto tiempo, el padre Casper y yo fuimos más atrevidos y empecé a celebrar la misa en uno de los barracones, donde la mayoría eran polacos y lituanos y el brigada tenía sentimientos religiosos… Me cambiaron de alojamiento y mis antiguos feligreses venían a mi nuevo alojamiento por la noche y, entre juegos de cartas y dominó, confundidos entre las conversaciones de los demás, los confesaba y les daba la comunión.
Luego, salía a dar una vuelta como para distraerme y lo que hacía era confesar a uno o a varios mientras paseábamos. Si había muchas confesiones o tenía que dar algunas comuniones, conveníamos encontrarnos a la mañana siguiente temprano en algún sitio del campo, como por casualidad, en grupos de dos o tres, y así podíamos llevar a cabo lo que nos proponíamos. Otras veces, daba la comunión por la noche, después de la misa, y era lo que yo prefería, pues se corría el riesgo de perder los santos sacramentos en un registro nocturno… Después, cambiamos de táctica yendo a barracas distintas a celebrar la misa y así evitábamos sospechas. Celebraba en algún barracón donde el jefe de la brigada era amigo y mientras él vigilaba desde la puerta para que no entrase ningún extraño. Los sermones y los consejos los daba paseándonos arriba y abajo como si discutiésemos algún tema de interés general. Incluso, conseguí que algunos hicieran una confesión general cada mes 178.
Cuenta también cómo, cuando celebraba la misa sentía una inmensa paz que le daba fuerzas para soportar todas las dificultades de la vida en el campo de trabajos. Al celebrarla, era consciente de ser ministro de Jesús y le ofrecía todas las necesidades, problemas y sufrimientos del mundo entero, especialmente de los que vivían con él. Nos dice: Muchas veces yo pensaba que los sacerdotes, que nunca han sido privados de la oportunidad de celebrar misa, no aprecian realmente el tesoro que es la misa. Yo sé los sacrificios que hacíamos para celebrar en aquellas condiciones, estando hambrientos. Yo he visto sacerdotes que estaban en ayunas todo el día y trabajar con el estómago vacío para tener la posibilidad de celebrar la misa (en aquel tiempo había que guardar ayuno desde las doce de la noche del día anterior). Yo lo hice con frecuencia. Y, algunas veces, si no podíamos celebrar la misa al mediodía, en el descanso para comer, debíamos
178 Ib. 198-199.
esperar hasta la noche. A veces, en verano, debíamos quitarnos tiempo al sueño para levantarnos temprano, antes de ir a trabajar, para celebrar la misa en algún lugar escondido. Vivíamos como en las catacumbas, con nuestras misas secretas. Si nos descubrían, éramos severamente castigados y siempre había informantes. Pero valía la pena correr todos los riesgos y sacrificios por celebrar la misa. La misa era un tesoro para nosotros. La anhelábamos y hacíamos cualquier sacrificio con tal de poder celebrarla o asistir a ella 179.
Cuando no podíamos celebrar la misa, teníamos hostias consagradas escondidas para poder, al menos, comulgar cada día y celebrar la misa espiritual sin pan ni vino, recitando todas las oraciones… Pero, por las tardes, cuando los demás estaban jugando cartas o leyendo o conversando, yo y el padre Víctor, como si estuviéramos conversando, celebrábamos la misa de memoria. En algunas oportunidades, podíamos internarnos en el bosque, durante los trabajos, y allí celebrábamos la misa sobre un tronco de árbol. Nunca me olvidaré de aquellas misas celebradas en los bosques de los Urales… ¡Cuánto significaba para nosotros el celebrar la misa y tener el cuerpo y la sangre de Jesús con nosotros!
Podíamos sentir sus efectos en la vida diaria. Para nosotros era una necesidad el celebrar la misa… La celebrábamos sin ayudantes, sin velas, sin flores, sin música ni manteles blancos; simplemente con un vaso corriente para echar unas gotas de vino y un pedazo de pan con levadura. En estas condiciones, la misa nos acercaba a Dios más de lo que nadie podría imaginar. Conscientes de lo que estaba sucediendo, penetraba en nuestra alma el amor de Dios. Y, a pesar de las distracciones causadas por el miedo a ser descubiertos, permanecía en nosotros la alegría que producía el pequeño pedazo de pan y algunas gotas de vino, consagrados en Jesús… Nada ni nadie podría haber hecho profundizar más mi fe que la celebración de la misa… Mi primera preocupación cada día era poder celebrar la misa. Ningún día la dejé de celebrar mientras pude 180.
Y mientras pudo, también confesaba, bautizaba, confortaba a los enfermos, rezaba por los difuntos y hasta daba retiros espirituales a otros sacerdotes prisioneros. Era realmente un sacerdote a tiempo completo para gloria de Dios y servicio a los demás.
Padre Pietro Alagiani
Era capellán del ejército italiano durante la segunda guerra mundial. Fue hecho prisionero el 19 de diciembre de 1942 en Rusia. Durante los 12 años que
179 Ciszek Walter, He leadeth me, Ignatius Press, San Francisco, 1995, p. 122.
180 Ib. 124-127.
siguieron, estuvo en distintas cárceles, sometido a torturantes interrogatorios para, al fin, ser condenado por pertenecer a una organización contrarrevolucionaria, la Compañía de Jesús, y por tener relaciones con una potencia extranjera: el Vaticano.
Durante nueve años, tuvo la gracia divina de tener consigo, en una bolsita colgada al cuello, a Jesús Eucaristía. Y, a pesar de los continuos y severos registros, nunca pudieron quitárselo. Él mismo dice:
Durante nueve años, en los traslados por las distintas cárceles y en el aislamiento de la celda, tuve siempre conmigo la inseparable compañía de mi Señor sacramentado. Esto me comunicó una inagotable energía física y moral, y fue la fuente que alimentó mi vida espiritual y mi mayor felicidad. Y no podía ser de otro modo, porque llevaba conmigo el pan angélico y el fuego celestial. ¡Todo lo poseía, poseyendo a Jesús sacramentado!
Tengo que decir que, al principio, figurándome que volvería pronto a la patria, consumí muchas de las ciento veinte partículas consagradas, pero luego, viendo que aquello iba para largo, comulgué sólo los domingos y en las fiestas principales y, por fin, después de la condena, dividí el resto de manera que, comulgando cada primer viernes de mes, me alcanzaran hasta el primer viernes de febrero de 1957 181.
Tuve la fortuna de vivir, sufrir, de comer y trabajar, de dormir y rezar, siempre en compañía de Jesús sacramentado, de día y de noche, ininterrumpidamente. ¡Cada momento y en cualquier lugar podía dirigir mis ardientes palabras de amor y de comunión espiritual a Jesús presente! Cada noche podía cantar el “Tantum ergo” y recibir la bendición de Jesús sacramentado, rescatado con riesgo de la vida a los intentos sacrílegos de los bolcheviques 182.
A pesar de las continuas dolencias, del hambre terrible, del frío extremo en invierno, nada lograba disminuir la íntima alegría que experimentaba, al pensar que estaba en compañía de Jesús sacramentado. Su presencia protectora me dio fuerzas para resistir las más groseras humillaciones, que me hicieron como al ser más abyecto de la tierra, y a las angustias padecidas, cuando con satánicas mentiras me hicieron creer que había sido expulsado de mi queridísima Compañía de Jesús 183.
181 Alagiani Pietro, Lubianka, Ed. Apostolado de la prensa, Madrid, 1963, p.111.
182 Ib. p. 323.
183 Ib. p. 112.
A pesar de los siete años de aislamiento absoluto en una celda, en la tremenda situación de sepultado vivo, sin poder hablar nunca con nadie, sin ver a nadie más que a los carceleros…, Jesús transformó este período en el más hermoso de mi vida, hasta el punto de no sólo poder llamar a aquella celdita mi paraíso terrestre, sino de gozar realmente las delicias de una antesala del paraíso celestial
184.
Dios me hizo casi sensible la compañía de mi querido Jesús. Me puse a tratar con Él con una ingenuidad y una intensidad realmente infantiles. Le hablaba en voz alta como a un compañero de celda. Le manifestaba las aprensiones de mi espíritu sobre el porvenir y compartía con Él mis alegrías cotidianas. El pensar en la larguísima y desoladora soledad que me esperaba sin correspondencia escrita, sin noticias, lejos de oprimirme el espíritu, transformó mi celda en una anhelada aventura de paraíso al punto de que ahora no sólo siento un grato recuerdo, sino una profunda nostalgia 185.
Desde los primeros días de cautiverio, la nostalgia por la santa misa me atormentaba más de lo que podía imaginar. Pero también en esto vino a mi encuentro Jesús, inspirándome una devoción “sui generis”. Recortando lo mejor que pude una gran hostia de papel, cada mañana, después de la meditación, celebraba dos misas, decía todas las oraciones de la misa con todas las ceremonias como si realmente estuviera en el altar. Debo reconocer que aquellas misas “secas” las celebraba con devoción y consuelo como raramente, cuando tenía la suerte de celebrar las verdaderas misas186. A partir del 5 de marzo de 1953 pude celebrar diariamente la misa. Desde aquel día, hasta el gran deseo de libertad se me volvió menos acuciante y menos atormentador; porque, en el fondo, había deseado e invocado la libertad y suspirado por ella, principalmente, por estar privado de celebrar la misa 187.
Nguyen Van Thuan
Su proceso de beatificación está en marcha. Cuando era obispo de Saigón, en Vietnam, los comunistas lo metieron en la cárcel, donde estuvo 13 años. Y dice: Nunca podré expresar mi gran alegría al celebrar diariamente la misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi mano… ¡Este era mi altar y ésta era mi catedral! Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma, un nuevo pacto de amor, un
184 Ib. p. 135.
185 Ib. p. 136.
186 Ib. p. 137.
187 ib. p. 157.
pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida!
La Eucaristía se convirtió para mí y para los demás cristianos prisioneros en una presencia escondida y alentadora en medio de todas las dificultades… A las 21:30 había que apagar la luz y todos tenían que irse a dormir. En aquel momento, me encogía en la cama para celebrar la misa de memoria y repartía la comunión, pasando la mano por debajo de la mosquitera. Incluso fabricamos bolsitas con el papel de los paquetes de los cigarrillos para conservar el Santísimo Sacramento y llevarlo a los demás. Jesús Eucaristía estaba siempre conmigo en el bolsillo de la camisa… Por la noche, los prisioneros católicos se alternaban en turnos de adoración. Jesús eucarístico ayudaba de un modo inimaginable con su presencia silenciosa. Muchos cristianos volvían al fervor de la fe. Su testimonio de servicio y amor producía un impacto cada vez mayor en los demás prisioneros. Budistas y otros no cristianos alcanzaban la fe. La fuerza del amor de Jesús era irresistible. La prisión se convirtió en escuela de catecismo. Los católicos bautizaron s sus compañeros; eran sus padrinos… Así Jesús se convirtió en el verdadero compañero nuestro en el Santísimo Sacramento 188.
* * * * * * *
Al leer estos testimonios, quizás podamos entender mejor a los mártires de Abitene, del año 304. Fueron presentados al procónsul por los oficiales del tribunal. Se le informó que se trataba de un grupo de cristianos que habían sido sorprendidos, celebrando una reunión de culto de sus misterios. El primero de los mártires torturados, Télica, grito: Somos cristianos; por eso, nos hemos reunido. Saturnino, lleno del Espíritu Santo, respondió: “Hemos celebrado el día del Señor, porque la celebración del día del Señor no podemos omitirla”. Mientras atormentaban al sacerdote Emérito, un lector, dijo: nosotros no podemos vivir sin la misa del domingo 189.
CONCLUSIÓN
La misa es la acción más eficaz del mundo entero. El sacerdocio es la dignidad más grande que puede conseguirse en este mundo. En la misa se une el cielo y la tierra. Es el cielo en la tierra. Por eso, en cada misa hay millones de ángeles adorando a Dios, y alabándolo con su presencia, participando activamente en ciertos momentos importantes. Igualmente hay una inmensa multitud de santos,
188 Nguyen Van Thuan, Testigos de esperanza, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 2000, pp. 145-148.
189 Sine dominica non possumus: Acta de los mártires, Ruiz Bueno, BAC, 1975, pp. 975-994.
es decir, de personas que ya murieron y están ya en el cielo, aunque no hayan sido canonizados solemnemente por la Iglesia, entre ellos muchos de nuestros familiares y personas vinculadas al lugar donde se celebra la misa o al sacerdote que celebra.
También podemos afirmar que las almas del purgatorio del lugar o vinculadas al sacerdote, y, concretamente aquellos por los que se pide en la misa, están presentes. No olvidemos a los niños muertos sin bautismo, que todavía están vagando en el limbo hasta que Dios les conceda, en virtud de su misericordia y de los méritos de Jesucristo, la gloria del cielo.
¿Qué maravilla poder vivir la misa como algunos escogidos, que veían a los santos y ángeles presentes. Incluso observaban la salvación de muchas almas purgantes por efecto de la misa.
De todo esto se desprende por sí solo el hecho de que el sacerdote y todos los que participan en la misa deben ser puros como los ángeles para que la comunión no sea algo ritual o de costumbre, y su ofrecimiento sea auténtico y real.
Para terminar, quisiera presentar una oración, siguiendo las palabras del famoso jesuita y científico Teilhard de Chardin, considerando que la misa es una misa cósmica y universal y vale para todos los hombres que han existido, existen y existirán y para todo lo creado desde la más pequeña partícula del átomo hasta las más grandes galaxias del cosmos; desde este lugar donde me encuentro hasta el más remoto lugar del universo. Ofrezcámonos con Jesús, en unión de toda la creación y de toda la humanidad, como pan y vino ofrecidos al Padre celestial.
Dice el padre Teilhard de Chardin: Padre mío, en este momento, en lugar del pan y vino, te ofrezco mi vida en unión con Jesús. Te ofrezco mi familia y todas mis cosas. También quiero ofrecerte el dolor y el sufrimiento de toda la humanidad. Tú me la has encomendado y, por eso, me siento padre (madre) de todos los hombres. Mira sus pecados y límpialos de la faz de la tierra con la sangre bendita de Jesús. Mira sus alegrías y esperanzas. Mira todo lo bueno y todo el amor de todos los hombres y recíbelo con Jesús, tu Hijo amado.
También te ofrezco, Padre santo, toda la Creación con sus plantas, animales y cosas bellas, desde el humilde pajarito hasta las más brillantes estrellas, desde lo más pequeño hasta lo más grande. Todo te lo ofrezco en esta misa cósmica que celebro permanentemente con Jesús en su divino Corazón y por manos de María.
Te consagro mi vida como una pequeña hostia de amor para que esté siempre como una lamparita ante tu trono. Que el pan y el vino de mi amor, de mis
esperanzas y alegrías, de mi trabajo y de mi dolor, suban a Ti con toda la humanidad y con toda la creación. Recibe, Padre, la misa de mi vida. Amén
Tu hermano y amigo para siempre.
P. Ángel Peña O.A.R.
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