
La parroquia de San Juan Evangelista ha concluido esta semana la serie de charlas cuaresmales, organizadas con el objetivo de profundizar en la vivencia de este tiempo litúrgico. A lo largo de estos encuentros, los fieles han sido invitados a reflexionar sobre la conversión, el amor de Dios y la misericordia divina, guiados por la palabra de sacerdotes que han iluminado el camino cuaresmal.
El ciclo de charlas dio inicio el pasado 18 de marzo con la exposición del Padre Rodrigo Menéndez, Vicario de Mocejón, quien centró su meditación en el encuentro de Jesús con la samaritana. Inspirado en este pasaje evangélico, el sacerdote nos recordó que Cristo, fatigado por nuestros pecados, sigue buscándonos, llamando a la puerta de nuestro corazón con una sencilla petición: “Dame de beber”. Como con la samaritana, el Señor desea llenar nuestros vacíos con el agua viva de su amor. “Si conocieras el don de Dios…”, reflexionaba el Padre Rodrigo, para subrayar, evocando a San Juan de la Cruz, que, si comprendiéramos verdaderamente quién es Dios, todo lo demás perdería importancia ante la inmensidad de su amor.
A través de sus palabras, nos invitó a contemplar a Cristo, quien, sentado en el pozo de Sicar, se nos revela como la fuente de agua viva, del mismo modo que en la Cruz, desde donde brota el agua de la salvación. Pero para recibir este don, debemos vaciarnos de apegos y abrir el corazón a su gracia.

El segundo encuentro, celebrado el 25 de marzo, estuvo a cargo del Padre Damián, Vicario de Talavera, quien nos guio en una reflexión sobre la parábola del hijo pródigo. Enfatizó la necesidad de reconocer nuestra condición de pecadores, recordando que los grandes santos siempre se han considerado grandes pecadores ante Dios, pues han vivido a la luz de Cristo, cuya luz deja al descubierto nuestras sombras.
“Uno empieza a convertirse cuando experimenta el amor de Dios y comprende que el pecado es una ofensa a ese amor, un alejamiento de quien nos ama infinitamente”, afirmó el Padre Damián Ramírez, citando a San Agustín. A menudo, nuestra desobediencia nace de la ilusión de que fuera de Dios encontraremos mayor felicidad, como ocurrió con Adán en el paraíso. Sin embargo, toda experiencia, tanto en el gozo como en el sufrimiento, puede ser leída como una palabra de Dios para nosotros.
En este sentido, el sacerdote nos exhortó a contemplar la redención de Cristo, que nos muestra la gravedad del pecado y el precio del amor divino. “La tibieza es el cáncer de la vida cristiana”, advirtió, instándonos a pedir a Dios un verdadero dolor de nuestros pecados, no por miedo al castigo, sino por el amor que nos ofrece sin condiciones.
Finalmente, la esencia del mensaje cuaresmal quedó clara: Dios no nos deja en nuestro pecado, sino que nos busca incansablemente para rescatarnos. Como el Padre de la parábola, su misericordia es infinita, no nos paga según nuestros méritos, sino que nos espera con los brazos abiertos, respetando nuestra libertad y alegrándose cuando volvemos a casa.

La Cuaresma es un éxodo, una salida de la esclavitud del pecado hacia el gozo sin fin con Dios en la vida eterna. Pero surge una pregunta clave: ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?
A esta cuestión dio respuesta la tercera y última charla cuaresmal del día 2 de abril, predicada por el Padre Valentín Aparicio, Vicerrector del Seminario Menor, más conocido en YouTube como “El cura de Toledo”.
En clave de esclavitud y libertad, el P. Valentín nos habló de que el pecado ejerce su poderoso dominio sobre nosotros y como consecuencia nos separa de Dios, nos divide de los demás y nos rompe por dentro porque dejo que quien mande en nosotros sean nuestras pasiones.
¿Y qué tengo que hacer para liberarme del pecado? La respuesta de Jesús es clara: “Cumple los mandamientos” Los mandamientos nos guían, no son un camino opresor sino al contrario, las normas son el camino que Dios nos ofrece para hacernos verdaderamente libres.
Ante la respuesta del joven rico, Jesús va más allá. Si quieres ser perfecto … no se trata ya de hacer, sino de amar, de entregarse del todo: “vende todo”. Santa Teresa de Jesús afirmaba que la virtud de la magnanimidad es la que nos impulsa a luchar para no conformarnos con lo que somos; es lo contrario a la mediocridad y la molicie.
Dios sólo se da a los que se dan del todo, a los que se entregan del todo. Para vencer un amor – es decir, para liberarnos de los apegos que atan nuestro corazón y nos impiden volar alto hacia Dios – hace falta la inflamación de un amor mayor y mejor: el amor del Esposo, de Jesucristo, dice San Juan de la Cruz.
El joven rico se marchó triste porque se miró a sí mismo en lugar de dejarse mirar por Jesucristo pensando que lo suyo valía más que lo que el Señor le ofrecía sin darse cuenta de que un poco de lo sobrenatural, un poco de gracia, vale infinitamente más que todos los bienes de este mundo.
Que la fuerza del corazón y del amor de Jesús repare nuestro corazón y lo haga suyo del todo.
Fotos y texto: Marta