
Del sábado día 1 de marzo al martes día 4 de 2025, un grupo de 35 peregrinos con D. Ignacio, vicario parroquial a la cabeza, peregrinamos a Roma con motivo del jubileo al que el Papa nos convoca.
El vuelo de salida contó con la presencia de un invitado inesperado: el overbooking. Dos peregrinos tuvieron que retrasar su llegada a Roma unas horas para unirse al grupo al terminar la celebración de la Misa en Santa María la Mayor, primera de las cuatro basílicas en las que se puede ganar el jubileo en Roma. Igual que el Papa visita esta iglesia para rezar ante el icono de la Virgen, Salus populi Romani, para encomendar sus viajes antes de empezarlos y dar gracias al volver, pusimos nuestra peregrinación ante la Virgen para que sacara de ella los mejores frutos y todo fuera bien.
Nuestra segunda parada fue San Juan de Letrán, catedral de la diócesis de Roma, la basílica del Papa y madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y de toda la tierra, como reza la inscripción que preside su fachada. Nos reciben las estatuas monumentales de los doce apóstoles en el interior y nos sentimos en ella arropados por la Iglesia madre.
Bajo la lluvia iniciamos nuestra visita panorámica a la ciudad. Es sólo un pequeño aperitivo de lo que vendrá en los días siguientes. Un descanso y ¡a probar las pizzas italianas!
El domingo se abrió con la visita a las catacumbas de san Calixto. En ellas aprendimos que eran cementerio de cristianos más que lugar de refugio en tiempo de persecución y pudimos sentir el latir de los primeros tiempos de la Iglesia al ver los signos de los cristianos que aún hoy nos identifican: el crismón, el pez, el buen pastor. La visita se coronó con la celebración de la Misa allí mismo, rodeados de tantos mártires que entregaron su vida por Cristo.
Y seguimos conectando con la primera Iglesia en la basílica de san Pedro en el Vaticano. En unos momentos delicados para el Santo Padre, nos sentimos más cerca de él que nunca. La puerta santa nos acoge y nos muestra el impresionante interior. Como en la vida misma: una vez dentro de esta gran familia que es la Iglesia, Dios nos muestra las maravillas que ha ido haciendo en ella y las que quiere hacer en nosotros si le dejamos. San Juan Pablo II, enterrado aquí, nos muestra el camino. Rezamos ante sus restos y nos encomendamos a su intercesión.
Por la tarde admiramos el Coliseo, lugar de martirio de tantos cristianos, el lugar donde estuvo encadenado san Pedro (san Pietro in Vincoli), el foro (centro de la vida pública de la antigua Roma) y paseamos hacia el Trastevere donde nos esperaba una cena amenizada con música y cantos que nos hicieron olvidar por un momento lo cansados que estábamos.
El lunes dedicamos la mañana a visitar los jardines (lugar de descanso y oración del Papa) y los Museos Vaticanos. Ver la Capilla Sixtina era el máximo deseo de todos, pero durante el largo recorrido por los museos pudimos admirar otras grandes obras de arte. Sin pararnos a pensar en el cansancio por la intensa mañana, continuábamos con las ganas de llegar a la meta (de nuevo una metáfora de nuestro peregrinar por esta vida pendientes de la meta que es el cielo) que se hacía esperar. Por fin se abrieron ante nuestros ojos las maravillosas pinturas de Miguel Ángel (la creación, otras escenas del génesis, el juicio final). Aún abrumados por tanta belleza, empezamos a caer en la cuenta de los detalles, a mirar a nuestro alrededor conscientes de que era imposible absorber tanto como se presentaba ante nosotros.
La visita a esta capilla nos hizo recordar el cónclave que otros años hemos visto por televisión y de nuevo nos llevó a dirigir un pensamiento y una oración por el papa Francisco.
La tarde fue de nuevo paseada (plaza Navona, Fontana de Trevi, Plaza de España, Panteón) y una sorpresa inesperada. Pensábamos que la misa sería en la iglesia del Gesú tras la visita a las habitaciones de san Ignacio. Sin embargo, el lugar que el Señor nos tenía reservado para la celebración era la habitación en la que murió este santo, hoy convertida en una pequeña capilla en la casa en la que vivió y dirigió la orden de los Jesuitas hasta su muerte. El cuadro de la Sagrada Familia que presidía sus eucaristías nos acompañó en la nuestra. La tarde concluyó con la ascensión al monumento a Víctor Manuel II desde donde disfrutamos de un atardecer precioso sobre la ciudad de Roma.
La cena fue especial porque ¿en cuántos restaurantes se canta a la Virgen María durante la cena? Las misioneras trabajadoras de la Inmaculada nos recibían en L’Eau Vive (el agua viva) para cenar aunque su objetivo no es sólo dar de comer a sus huéspedes sino ser un lugar para la evangelización en el corazón de Roma. Su delicadeza en el servicio por amor a Dios, a María y a los hermanos nos llegó al corazón.
Con el alma encogida por la cercanía del regreso, el martes aún nos quedaban más sorpresas que disfrutar. Nuestra primera parada la Misa, en san Pablo Extramuros, lugar donde fue enterrado el apóstol Pablo. Nos reciben esta vez los mosaicos con la imagen de todos los Papas. Buscamos a los últimos, los que conocemos, y vemos al Papa Francisco (de nuevo dirigimos a Dios una oración por él en estos difíciles momentos) y los huecos para los que serán llamados a ocupar la sede de Pedro.
Con la boca de la veritá y las mejores vistas de Roma desde el monte Aventino nos despedimos de esta ciudad esperando, si lanzamos la moneda en la Fontana de Trevi, volver a ella en otra ocasión para seguir disfrutando de sus maravillas.
En el vuelo de vuelta cupimos todos, gracias a Dios, y regresamos a casa muy agradecidos con todo lo que el Señor nos ha ido regalando en estos días: la predicación, la ocasión de confesar y celebrar la Eucaristía en lugares muy especiales para un cristiano, la convivencia con D. Ignacio y con todos los compañeros peregrinos, la experiencia de Iglesia y todo lo que hemos visto.
Texto y fotos: Marta