Jóvenes de Sonseca visitan a la Virgen de Lourdes

Como ya sabéis muchos de vosotros, hace tan solo unas semanas que un buen número de jóvenes de nuestra parroquia hemos estado de peregrinación en Lourdes (del 3 al 9 de agosto). En estas pocas líneas, quisiera compartir con todos vosotros cómo ha sido esta peregrinación y lo que ha supuesto esta experiencia para mí y, en general, para muchos de los que hemos participado en ella.

Para empezar, cabe decir que esta peregrinación ha sido para nosotros un camino o un viaje hacia el encuentro con Nuestra Madre. Pero, para este encuentro con la Madre, que tuvo lugar el día 7 de agosto por la mañana, necesitábamos irnos preparando, y a ello nos ayudó todo lo que fuimos viviendo y experimentando los días previos en Barcelona.

Los tres días que pasamos en Barcelona fueron duros, ya que la ola de calor hizo que sufriéramos algunos incidentes (golpes de calor, mareos, debilidad,…), aunque esto, a su vez, nos permitió unirnos más como grupo, preocupándonos y cuidándonos los unos a los otros. Pero, también vivimos muy buenos momentos y experiencias positivas, que nos enriquecieron personal y espiritualmente, como las dinámicas de grupo, las visitas turísticas, el baño en la playa de Castelldefels, la misa internacional en la Sagrada Familia —en la que los sacerdotes, seminaristas y diácono, junto con algunos de los jóvenes, participaron activamente— y la visita al Carmelo de la Inmaculada —donde las Hermanas de clausura nos recibieron muy amablemente y nos dieron testimonio, contándonos sus vocaciones y su forma de vida en el convento, finalizando la visita compartiendo cánticos y con una misa en su iglesia—.

El día 6 de agosto al mediodía, aunque cansados y debilitados, partimos cargados de ilusión a Lourdes, donde llegamos ya de noche, lo que hizo que el encuentro con nuestra Madre se tuviese que aplazar hasta la mañana siguiente.

El día 7 por la mañana, tras una misa en la Capilla de San Gabriel, llegó el momento tan esperado por todos: la visita a la gruta, lugar en el que la Virgen se le apareció a Santa Bernardita. El encanto y el misticismo del lugar hicieron que nos olvidásemos de las penurias vividas hasta el momento; todo el sacrificio había merecido la pena. Allí, cada uno de nosotros, y muchos llorando de emoción, aprovechamos para hablar con nuestra Madre y transmitirle nuestros agradecimientos y peticiones. De rodillas ante Ella, a todos nos parecía que el tiempo volaba, aunque el encuentro se prolongó más de lo establecido en nuestro horario. Por la tarde tuvimos la oportunidad de aprender más sobre Santa Bernardita y las apariciones, visitando el museo y los lugares en los que vivió. Después de unos divertidos juegos en grupo en el hotel y de la cena, asistimos al rosario de las antorchas que reúne a gran cantidad de fieles de muy distintas nacionalidades, pero todos unidos en oración con la Madre, rezando cada uno en su idioma.

Nuestro último día en Lourdes fue muy intenso. Por la mañana, tuvimos el privilegio de celebrar la misa en español en la gruta y participar del viacrucis recorriendo las magníficas estaciones allí representadas.

Tras la comida, visitamos la Comunidad del Cenáculo —un lugar de rehabilitación para jóvenes drogadictos—, donde dos chicos nos expusieron sus testimonios y cómo la oración, el trabajo y la convivencia en grupo les ayudaba en su difícil rehabilitación. A pesar de lo conmovedores que resultaron sus testimonios, terminamos cantando y bailando con ellos. Esto nos hizo darnos cuenta a muchos de la importancia de la fe y la oración para estar cada vez más cerca del Señor y que Él nos ilumine.

Después de un tiempo libre para comprar souvenirs para nuestros allegados y de la cena en el hotel, nos preparamos para despedirnos de nuestra Madre con una vigilia junto a la gruta a orillas del río Gave. A medida que avanzaba la vigilia, los sentimientos y emociones se hacían más intensos, llegando a derramar lágrimas y creándose un ambiente muy especial.

A la mañana siguiente, partimos con tristeza, pero con fuerza y fe renovada hacia Sonseca.

Por supuesto, empezábamos cada día ofreciendo nuestras obras e intenciones al Señor y a la Virgen y lo terminábamos con un ratito de oración, como agradecimiento por todo lo vivido.

Como conclusión, esta peregrinación nos ha brindado la oportunidad de enriquecernos personal y espiritualmente y de crecer en la fe y en el amor por nuestra Madre la Virgen María y nuestro Padre, a través de las experiencias vividas, la oración, la eucaristía, la convivencia en comunión y la formación.

Ojalá esta peregrinación no quede aquí y sea un paso más en nuestro camino hacia la Santidad.

Texto y fotos: María Medina González

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